Un misionero que cumplía su ministerio en
Brasil, descubrió una tribu de indios en una parte remota de la jungla quienes vivían
cerca de un río grande. La tribu tenía necesidad de atención médica pues una
enfermedad contagiosa estaba devastando la población y muchas personas estaban
muriendo diariamente. Un hospital no estaba lejos—al otro lado del río, pero
los indios no lo cruzaban porque creían que el río estaba habitado por malos
espíritus. Y el entrar en su agua significaría muerte segura.
El misionero explico como él había
cruzado el río y que no fue dañado. Pero ellos no estaban impresionados.
Entonces el los llevó a la orilla del río y metió su mano al agua. Todavía no
querían entrar. El caminó dentro del agua hasta la cintura y se echaba agua en
su cara. No importaba. Ellos todavía tenían miedo entrar en el río. Finalmente,
se zambullo en el río, nadó debajo del agua hasta que cruzó al otro lado del
rió. Alzo un puño triunfante en el aire. Él había entrado al agua y había
escapado. Fue entonces que los indios empezaron a sumergirse en las aguas de
aquel temido río y llegaron hasta el otro lado. Gracias al valiente ejemplo del
audaz misionero, aquella tribu de indios logró superar el temor que les causaba
el selvático río. Pero para lograrlo tuvo que el mismo que zambullirse en las
aguas.
Solo inspiramos a otros a que hagan lo
que les pedimos, por medio del ejemplo mismo. Los hombres de Dios a menudo son
una fuente de inspiración para los demás, cuando viven el mensaje que entregan a su gente. La inspiración
no emana de un simple y elocuente discurso o de una sofisticada creencia teológica.
Los grandes hombres de Dios hacen algo más que pregonar un mensaje, viven lo que
predican; y como resultado inspiran también a otros a vivirlo.
Elías era un hombre de Dios que inspiró
a tener fe a otros porque el mismo sabía lo que era vivir por fe. Luego de estar
en Querit, Dios lo envió a Sarepta para ser sustentado por una viuda (1Reyes 17.8-9) La tensión y lo irónico de
la historia es que aquella viuda era una desprovista mujer que carecía de recursos.
Cuando Elías le pidió que le diera un
poco de agua y de pan, la indigente viuda le respondió:
…vive Jehová tu Dios, que no tengo pan cocido; solamente
un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija, y
ahora recogía dos leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para
que lo comamos y nos dejemos morir (1 Reyes
17.12).
Según nuestro criterio, Elías llegó al
lugar equivocado, pero según el criterio de Dios, Elías estaba en el lugar correcto
y con la persona correcta. Quizás no era lo que el profeta esperaba, pero en
los planes de Dios las cosas ocurren con magnifica precisión. Elías fue dirigida
por Dios hasta aquella pobre viuda para inspirarle fe. Observe lo que Elías le
dijo:
…No tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme
a mi primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela;
y después harás para ti y para tu hijo. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así:
La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá,
hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra (1 Reyes
17.13, 14).
Mientras la viuda ponía su esperanza de
vida en los últimos e insuficientes recursos que tenía; Elías, el profeta de
Dios puso su confianza en la palabra divina y animó a la viuda a hacer lo mismo.
¿Dónde aprendió Elías a ser un hombre de fe? En Querit (¿lo recuerda?). El osado
profeta aprendió a confiar en la fidelidad de Dios durante su estancia en Querit.
Allí fue alimentado por unos cuervos durante la mañana y la tarde de cada día. Allí,
Dios lo forjó como un hombre de fe y ahora anima a una necesitada viuda ser una
mujer de fe. Quizás Elías nunca hubiera sido una inspiración de fe para esta
viuda, si el mismo no hubiera aprendido a depender de Dios.
La mejor manera de inspirar a otros a
vivir una vida de fe, es que ellos vean en nosotros lo que le estamos pidiendo
que hagan. Solo podemos inspirar a otros cuando vivimos nuestro mensaje. Charles
Swindoll, lo dijo así: «Usted no puede hablar con autoridad si antes no ha
vivido la experiencia. Usted no puede animar a otro a creer lo increíble, sí
antes no ha creído lo increíble. Usted no puede encender la luz de la esperanza
en los demás, si su propia antorcha fe no está ardiendo».[1]
[1] Charles Swindoll en, Elías, un hombre de heroísmo y humildad
(Alabama Street, El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2011),
67.
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