Un grupo de granjeros productores de
algodón se prepararon para una nueva época de sembríos y cosechas. Las cosas
iban bien al principio, sin embargo; inesperadamente sus cosechas fueron
invadidas por una devastadora plaga de gorgojos. Los granjeros que habían puesto no solo sus ahorros sino todas
sus esperanzas en el cultivo de algodón;
vieron desvanecer sus ilusiones y se imaginaron que solo terminarían en la
ruina total.
Resueltos e ingeniosos, aquellos granjeros
se dijeron: «Bueno, ya que no podemos sembrar algodón, sembraremos maní». Para sorpresa
de estos granjeros, la siembra de maní les produjo más ganancia que jamás hubieran
obtenido con la siembra del algodón.
Lo que hicieron luego los granjeros fue
levantar un monumento en el honor al gorgojo. Lo hicieron con el fin de recordar
que lo que aparentemente parecía arruinarles la vida, terminó convirtiéndose en una bendición.
Cuando Dios trata con sus hijos,
ocasionalmente (sino es frecuente) nos saca de la embaucadora rutina en la que estamos
sumergidos para encontrar nuevas formas de vivir. Un revés económico, una enfermedad
física, un despido laboral, un abandono o cualquier otro tipo de dificultad; puede
convertirnos en mejores labradores de nuestras
almas. «Lo mejor que nos ha ocurrido a algunos de nosotros, ha sido la llegada
de nuestro propio gorgojo».[1]
Para el profeta Elías, la llegada de su
propio gorgojo ocurrió luego de haber entregado al rey Acab un mensaje de parte
de Dios (1Reyes 17.1). Para nuestro gusto, lo mejor hubiera sido que el rudo profeta
se quedara en el palacio para aguijonear al malvado rey; pues no había otro como
Elías para confrontar la conducta idolátrica de Acab. Sin embargo (como suele
ocurrir), Dios cambió los planes y le dijo a Elías:
Apártate de aquí, y vuelve al oriente, y escóndete en
el arroyo de Querit,…Beberás del arroyo;
y yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer. Y él fue e hizo conforme
a la palabra de Jehová; pues se fue y vivió junto al arroyo de Querit… (1Reyes 17.3-5 RV60).
La
razón para que Dios enviara a Elías a esconderse era doble: Protegerlo del
malvado rey y capacitarlo para ser su vocero. Y para lograrlo, Dios, envió al
profeta a refugiarse junto a un arroyo, lejos del bullicio y del ruido de la popularidad.
¡Qué maneras raras tiene Dios de preparar
a sus siervos! A nosotros nos encanta la notoriedad, la atención pública, el glamour
que produce la admiración y los aplausos; pero cuando se trata de formarnos
para el ministerio, estas cosas no aportan mucho para preparar el corazón de un
fiel vocero de Dios. «Dios mudó a Elías
del palacio al escondite que había escogido; del foro público al refugio
privado; de la luz de la actividad a las sombras de la oscuridad». [2]
Bajo la sombra del anonimato, Elías aprendió
el curso más básico y esencial que todo cristiano debe aprender para desarrollar
un ministerio fructífero: Dependencia de
Dios. Sin duda alguna, Elías aprendió a depender de Dios en aquel solitario
arroyo. El profeta fue testigo del cuidado de Dios sobre su vida: «Y los cuervos,
le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne por la tarde y bebía del
arroyo» (1Reyes 17.6).
Si usted quiere ser usado por Dios en el
ministerio no debe sorprenderse ni menos oponerse a que Dios le coloque en medios
de circunstancias solitarias y anónimas. Allí aprenderá a deshacerse de la autosuficiencia,
del orgullo y de algunos viejos y malos hábitos arraigados en su vida. Dios lo
alejará del bullicio y la notoriedad pública para que deje de apoyarse en sus
habilidades o en aquellas cosas y personas a las cuales habitualmente se ha aferrado.
Lo hará para que aprenda a depender solo de Él.
[1] Vance Havner, citado por Charles
Swindoll en, Elías, un hombre de heroísmo
y humildad (Alabama Street, El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2011),
51.
[2] Ibid, 39.
No hay comentarios:
Publicar un comentario