jueves, 3 de enero de 2019

ENTRENAMIENTO BAJO LA SOMBRA DEL ANONIMATO



Un grupo de granjeros productores de algodón se prepararon para una nueva época de sembríos y cosechas. Las cosas iban bien al principio, sin embargo; inesperadamente sus cosechas fueron invadidas por una devastadora plaga de gorgojos. Los granjeros que  habían puesto no solo sus ahorros sino todas sus esperanzas  en el cultivo de algodón; vieron desvanecer sus ilusiones y se imaginaron que solo terminarían en la ruina total.
Resueltos e ingeniosos, aquellos granjeros se dijeron: «Bueno, ya que no podemos sembrar algodón, sembraremos maní». Para sorpresa de estos granjeros, la siembra de maní les produjo más ganancia que jamás hubieran obtenido con la siembra del algodón.
Lo que hicieron luego los granjeros fue levantar un monumento en el honor al gorgojo. Lo hicieron con el fin de recordar que lo que aparentemente parecía arruinarles la vida, terminó convirtiéndose  en una bendición.
Cuando Dios trata con sus hijos, ocasionalmente (sino es frecuente) nos saca de la embaucadora rutina en la que estamos sumergidos para encontrar nuevas formas de vivir. Un revés económico, una enfermedad física, un despido laboral, un abandono o cualquier otro tipo de dificultad; puede convertirnos en mejores labradores de  nuestras almas. «Lo mejor que nos ha ocurrido a algunos de nosotros, ha sido la llegada de nuestro propio gorgojo».[1]
Para el profeta Elías, la llegada de su propio gorgojo ocurrió luego de haber entregado al rey Acab un mensaje de parte de Dios (1Reyes 17.1). Para nuestro gusto, lo mejor hubiera sido que el rudo profeta se quedara en el palacio para aguijonear al malvado rey; pues no había otro como Elías para confrontar la conducta idolátrica de Acab. Sin embargo (como suele ocurrir), Dios cambió los planes y le dijo a Elías:
Apártate de aquí, y vuelve al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit,…Beberás  del arroyo; y yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer. Y él fue e hizo conforme a la palabra de Jehová; pues se fue y vivió junto al arroyo de Querit… (1Reyes 17.3-5 RV60).
 La razón para que Dios enviara a Elías a esconderse era doble: Protegerlo del malvado rey y capacitarlo para ser su vocero. Y para lograrlo, Dios, envió al profeta a refugiarse junto a un arroyo, lejos del bullicio y del ruido de  la popularidad.
¡Qué maneras raras tiene Dios de preparar a sus siervos! A nosotros nos encanta la notoriedad, la atención pública, el glamour que produce la admiración y los aplausos; pero cuando se trata de formarnos para el ministerio, estas cosas no aportan mucho para preparar el corazón de un fiel vocero de Dios.  «Dios mudó a Elías del palacio al escondite que había escogido; del foro público al refugio privado; de la luz de la actividad a las sombras de la oscuridad». [2] 
Bajo la sombra del anonimato, Elías aprendió el curso más básico y esencial que todo cristiano debe aprender para desarrollar un ministerio fructífero: Dependencia de Dios. Sin duda alguna, Elías aprendió a depender de Dios en aquel solitario arroyo. El profeta fue testigo del cuidado de Dios sobre su vida: «Y los cuervos, le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne por la tarde y bebía del arroyo» (1Reyes 17.6).
Si usted quiere ser usado por Dios en el ministerio no debe sorprenderse ni menos oponerse a que Dios le coloque en medios de circunstancias solitarias y anónimas.  Allí aprenderá a deshacerse de la autosuficiencia, del orgullo y de algunos viejos y malos hábitos arraigados en su vida. Dios lo alejará del bullicio y la notoriedad pública para que deje de apoyarse en sus habilidades o en aquellas cosas y personas a las cuales habitualmente se ha aferrado. Lo hará para que aprenda a depender solo de Él.  





[1] Vance Havner, citado por Charles Swindoll en, Elías, un hombre de heroísmo y humildad (Alabama Street, El Paso, TX.: Editorial Mundo Hispano, 2011), 51.
[2] Ibid, 39.

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