sábado, 22 de diciembre de 2018

Y LLAMARÁS SU NOMBRE JESÚS



Antes de que Jesús naciera, el propósito de su vida ya había sido designado. Aún su nombre mismo indica su sagrada y alta misión. El nombre de Jesús no fue un invento de José o la sugerencia de algún pariente; su nombre fue determinado en el cielo mismo. El ángel le dijo a José:   «…no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS…» (Mateo 1.20, 21 RV60). No lo llamaron Agusto César (el célebre emperador romano), tampoco Anás ni Caifás  (como los sacerdotes judíos), no Gamaliel (el distinguido teólogo del judaísmo); sino JESÚS «…porque el salvará a su pueblo de sus pecados» Mateo1. 21
El nombre que José colocó al niño Dios indica el carácter salvador de nuestro Señor. Por la tanto, la historia de la navidad nos hacer recordar que el propósito de Jesús al venir a este mundo  fue rescatarnos de la esclavitud espiritual en la que estábamos inmersos y del cual no podíamos liberarnos por nosotros mismos.
Mi padre  solía contar la historia de un niño que diseñó un botecito con el cual jugaba constantemente. El botecito tenía grabada la frase: “es mío; yo lo hice”. Una mañana el niño sufrió un tremendo desencanto. Como tantas veces lo había hecho, el niño llevó su bote a la orilla de un lago cercano a su casa y lo puso a navegar sobre sus aguas cristalinas y azules. El botecito navegaba impulsado por la suave brisa que suscitaban las menudas olas de aquel tranquilo lago. Cuando repentinamente una ráfaga de viento atrapó al diminuto velero y arrancó la cuerda con que el niño lo sostenía. La vehemencia del viento hizo que el botecito se alejara más y más hasta que desapareció de la vista del niño. Con el rostro desencajado por la tristeza, el niño regresó a su casa pensando  en dónde habrá ido a parar su tan preciado y perdido botecito.
Luego de unas semanas, el niño pasó por una juguetería y sus ojos se detuvieron penetrantemente sobre un botecito que se exhibía en el mostrador de aquella tienda. Sus pequeños ojos se agigantaron de asombro cuando leyó las palabras grabadas en el botecito. ¡No lo podía creer! El juguete aquel, era nada más y nada menos el botecito que había perdido en el lago.   Rebosando de alegría, el niño entró a la juguetería y le pidió al dueño que le diera  el bote que se exhibía  en el mostrador. ― Lo lamento ― le dijo el dueño, ―pero el bote ahora es mío. Si lo quieres, tendrás que pagar el precio ― replicó el dueño.
Entristecido, el niño salió de aquel bazar Pero estaba decidido a recuperar su bote, aunque significara trabajar y ahorrar hasta tener el dinero para pagar el precio.
Por fin llegó el día. Apretando en su mano el dinero, entró al almacén y sobre el mostrador extendió el dinero que había ganado con arduo trabajo. ― He vuelto para comprar mi bote ― dijo el niño. El dueño contó el dinero. Era suficiente. Abrió la vitrina y tomó el bote y se lo entregó al ansioso niño. La cara de aquel niño se iluminó con una sonrisa de satisfacción y mientras abrazaba a su bote dijo: “¡Eres mío!, ¡dos veces mío! Mío porque te hice, y ahora mío porque te compré.”
La navidad es la historia de Dios pagando el precio por nuestro rescate y nos enseña que no solo somos propiedad de Dios por creación, sino también por redención. Dios es nuestro dueño porque nos creó y porque nos compró. Antes de conocer a Jesús éramos esclavos del pecado (Romanos 6.17).   El pecado nos distanció de nuestro Creador.  «…pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír» Isaías 59.2.
Sin embargo, Dios en su amor profundo por sus criaturas,  tomó la bondadosa decisión de rescatarnos de aquella perniciosa condición. Y lo hizo. Envió a Jesús para cumplir tal designio. El evangelista Lucas lo dijo muy claro cuando escribió diciendo: «Porque el Hijo del Hombre (Jesús) vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» Lucas 19.10.
La celebración de la verdadera navidad no se basa en la pomposidad de una cena ni tampoco en adornos pasmosos que decoran una sala, es más que eso. Es celebrar y reconocer que JESÚS vino al mundo para salvarnos de nuestros pecados, es reconocer que no hay un nombre más significativo en todo el universo como el nombre de JESÚS. Es celebrar y reconocer que: «…en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» Hechos 4. 12.
No pase por alto en esta navidad el excelso y célico nombre de JESÚS. José no ignoró aquel nombre. El apóstol Pablo tampoco, pues escribió diciendo:  

Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Filipenses 2.9-11.

Años más tarde, John Newton, un marinero que entregó su vida a Cristo, tampoco pasó por desapercibido tan sublime nombre y compuso el himno Tan dulce el nombre de Jesús; el cual ha sido traducido a muchos idiomas (en  el himnario de Melodías Celestiales, se ubica en la página 91). Termine este devocional leyendo o sino cantando la melodía de este himno.

¡Tan dulce el nombre de Jesús!
Sus bellas notas al cantar,
Que mi alma llena al proclamar,
El nombre de Jesús.

¡Cristo oh que dulce es!
Cristo para siempre es;
Cristo yo te aclamaré
Por siempre, ¡oh, mi Cristo!

Adoro el nombre de Jesús,
Jamás me faltará su amor;
Y pone aparte, mi dolor,
El nombre  de Jesús.

Tan puro el nombre de Jesús,
Que pudo  mi pesar quitar,
Y grata paz a mi alma dar,
El nombre de Jesús.

El dulce nombre de Jesús
Por siempre quiero alabar,
Y todos deben ensalzar,
El nombre de Jesús.

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