lunes, 24 de diciembre de 2018

LA BURBUJA FALAZ DE LA NAVIDAD



Una leyenda dice que Satanás y sus demonios celebraron una fiesta de navidad. Cuando los demonios se retiraban, uno de ellos se acercó y con una sonrisa  sarcástica  le dijo a Satanás: “Feliz Navidad, majestad.” Satanás le respondió cínicamente: “Sí, manténganla feliz porque si alguna vez la gente la toma en serio, estaríamos en problemas.”
Más allá de ser una leyenda, la verdad es que a Satanás le fascina que la gente viva sumergida en medio de una celebración navideña carente de lo esencial. A Satanás no le afecta que usted celebre la navidad con luces pasmosas y cenas exuberantes, a él no le molesta que usted decore su sala con bello árbol y un nacimiento navideño. Lo que le molestaría a Satanás es que usted se tome en serio la navidad al reconocer que  Jesús es el Señor de la Navidad y le entregue su corazón para que Él sea él Salvador de su vida.     Satanás es el «…padre de mentira» (Juan 8.44) y sutilmente le hará vivir una vida farsante. Él puede aún inducirle a festejar una fiesta cristiana como la navidad aunque usted esté tan  vacío de Jesús en su corazón.  
Cuando la celebración de una fiesta como la navidad es simplemente una falaz burbuja de felicidad, todo lo que queda luego de la fiesta no es sino un cuadro vacío y mísero de personas cuyos corazones están saturados de malhumor, resentimiento, culpabilidad, nostalgia, temor… Satanás es experto promoviendo y ofreciendo festejos para que la gente intente a mitigar el dolor y la miseria de sus almas. Miles de personas se quedarán entusiasmadas simplemente con la pomposidad de la navidad (luces, decoraciones, cenas pomposas, regalos, etc.) Satanás querrá que te quedes con ello y que nunca te tomes en serio la navidad, que nunca te tomes en serio a JESÚS.
Sin embargo, la historia de la navidad nos dice que hubo personas que se tomaron en serio el nacimiento de JESÚS.
Los Pastores de Belén. El resplandor célico y el coro angelical no fueron suficiente. Los pastores querían ver al  que había enviado a los ángeles y decidieron ir a Belén y conocer a Jesús. Ellos dijeron: “Pasemos hasta Belén, y veamos” (Lucas 2.15)
Simeón. Cuando vio a Jesús dijo: “Ahora, Señor despide a tu siervo en paz...porque han visto mis ojos tu salvación” (Lucas 2.29, 30). Mientras muchos no quieren morir sin antes haber visto el mundo, este anciano no quería morir sin antes ver al que hizo el mundo.
Los magos. No fue suficiente ver la luz centelleante en el firmamento, ellos fueron hasta Belén, para tener un encuentro personal con JESÚS, la Luz del mundo (Mateo 2.1-12).
En esta navidad ¿se tomará en serio a JESÚS? o ¿se quedará simplemente con la superficialidad que esta fiesta ofrece?  Satanás querrá que optes por lo segundo e ignores lo primero. Pero no tiene por qué ser así. La historia de la navidad es la historia de Jesús viniendo a este mundo para desbaratar los planes de Satanás: «Para esto apareció (JESÚS) el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo» (1Juan 3.8).
Solo hay una manera de deshacerse de la falaz burbuja navideña que  le ofrece Satanás: tómese en serio a JESÚS, reconózcalo como el Señor de su vida y entréguele su corazón. Luego haga un brindis celebrando la verdadera fiesta de la navidad.
¡FELIZ NAVIDAD!
   

sábado, 22 de diciembre de 2018

Y LLAMARÁS SU NOMBRE JESÚS



Antes de que Jesús naciera, el propósito de su vida ya había sido designado. Aún su nombre mismo indica su sagrada y alta misión. El nombre de Jesús no fue un invento de José o la sugerencia de algún pariente; su nombre fue determinado en el cielo mismo. El ángel le dijo a José:   «…no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS…» (Mateo 1.20, 21 RV60). No lo llamaron Agusto César (el célebre emperador romano), tampoco Anás ni Caifás  (como los sacerdotes judíos), no Gamaliel (el distinguido teólogo del judaísmo); sino JESÚS «…porque el salvará a su pueblo de sus pecados» Mateo1. 21
El nombre que José colocó al niño Dios indica el carácter salvador de nuestro Señor. Por la tanto, la historia de la navidad nos hacer recordar que el propósito de Jesús al venir a este mundo  fue rescatarnos de la esclavitud espiritual en la que estábamos inmersos y del cual no podíamos liberarnos por nosotros mismos.
Mi padre  solía contar la historia de un niño que diseñó un botecito con el cual jugaba constantemente. El botecito tenía grabada la frase: “es mío; yo lo hice”. Una mañana el niño sufrió un tremendo desencanto. Como tantas veces lo había hecho, el niño llevó su bote a la orilla de un lago cercano a su casa y lo puso a navegar sobre sus aguas cristalinas y azules. El botecito navegaba impulsado por la suave brisa que suscitaban las menudas olas de aquel tranquilo lago. Cuando repentinamente una ráfaga de viento atrapó al diminuto velero y arrancó la cuerda con que el niño lo sostenía. La vehemencia del viento hizo que el botecito se alejara más y más hasta que desapareció de la vista del niño. Con el rostro desencajado por la tristeza, el niño regresó a su casa pensando  en dónde habrá ido a parar su tan preciado y perdido botecito.
Luego de unas semanas, el niño pasó por una juguetería y sus ojos se detuvieron penetrantemente sobre un botecito que se exhibía en el mostrador de aquella tienda. Sus pequeños ojos se agigantaron de asombro cuando leyó las palabras grabadas en el botecito. ¡No lo podía creer! El juguete aquel, era nada más y nada menos el botecito que había perdido en el lago.   Rebosando de alegría, el niño entró a la juguetería y le pidió al dueño que le diera  el bote que se exhibía  en el mostrador. ― Lo lamento ― le dijo el dueño, ―pero el bote ahora es mío. Si lo quieres, tendrás que pagar el precio ― replicó el dueño.
Entristecido, el niño salió de aquel bazar Pero estaba decidido a recuperar su bote, aunque significara trabajar y ahorrar hasta tener el dinero para pagar el precio.
Por fin llegó el día. Apretando en su mano el dinero, entró al almacén y sobre el mostrador extendió el dinero que había ganado con arduo trabajo. ― He vuelto para comprar mi bote ― dijo el niño. El dueño contó el dinero. Era suficiente. Abrió la vitrina y tomó el bote y se lo entregó al ansioso niño. La cara de aquel niño se iluminó con una sonrisa de satisfacción y mientras abrazaba a su bote dijo: “¡Eres mío!, ¡dos veces mío! Mío porque te hice, y ahora mío porque te compré.”
La navidad es la historia de Dios pagando el precio por nuestro rescate y nos enseña que no solo somos propiedad de Dios por creación, sino también por redención. Dios es nuestro dueño porque nos creó y porque nos compró. Antes de conocer a Jesús éramos esclavos del pecado (Romanos 6.17).   El pecado nos distanció de nuestro Creador.  «…pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír» Isaías 59.2.
Sin embargo, Dios en su amor profundo por sus criaturas,  tomó la bondadosa decisión de rescatarnos de aquella perniciosa condición. Y lo hizo. Envió a Jesús para cumplir tal designio. El evangelista Lucas lo dijo muy claro cuando escribió diciendo: «Porque el Hijo del Hombre (Jesús) vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» Lucas 19.10.
La celebración de la verdadera navidad no se basa en la pomposidad de una cena ni tampoco en adornos pasmosos que decoran una sala, es más que eso. Es celebrar y reconocer que JESÚS vino al mundo para salvarnos de nuestros pecados, es reconocer que no hay un nombre más significativo en todo el universo como el nombre de JESÚS. Es celebrar y reconocer que: «…en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» Hechos 4. 12.
No pase por alto en esta navidad el excelso y célico nombre de JESÚS. José no ignoró aquel nombre. El apóstol Pablo tampoco, pues escribió diciendo:  

Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Filipenses 2.9-11.

Años más tarde, John Newton, un marinero que entregó su vida a Cristo, tampoco pasó por desapercibido tan sublime nombre y compuso el himno Tan dulce el nombre de Jesús; el cual ha sido traducido a muchos idiomas (en  el himnario de Melodías Celestiales, se ubica en la página 91). Termine este devocional leyendo o sino cantando la melodía de este himno.

¡Tan dulce el nombre de Jesús!
Sus bellas notas al cantar,
Que mi alma llena al proclamar,
El nombre de Jesús.

¡Cristo oh que dulce es!
Cristo para siempre es;
Cristo yo te aclamaré
Por siempre, ¡oh, mi Cristo!

Adoro el nombre de Jesús,
Jamás me faltará su amor;
Y pone aparte, mi dolor,
El nombre  de Jesús.

Tan puro el nombre de Jesús,
Que pudo  mi pesar quitar,
Y grata paz a mi alma dar,
El nombre de Jesús.

El dulce nombre de Jesús
Por siempre quiero alabar,
Y todos deben ensalzar,
El nombre de Jesús.

viernes, 21 de diciembre de 2018

EMANUEL: DIOS CON NOSOTROS



Se dice que en una batalla que dirigía el Duque de Wellington, una parte de su ejército estaba cediendo ante el enemigo, cuando de pronto un soldado vio al Duque entre sus propios combatientes, y el soldado gritó con voz estentórea y jubilosa: “¡Aquí está el Duque! ¡Dios lo bendiga!” Y el mismo soldado, dirigiendo la palabra a uno de sus compañeros, le gritó a éste: “¡Más me gusta ver la cara del Duque, que a toda una brigada!” Los demás soldados, al oír todo esto, volvieron sus rostros hacia el lugar donde estaba el Duque. Al verlo se reanimaron, recobraron la serenidad y el valor, y decían: “¡El que nunca ha sido derrotado ni lo será está con nosotros!”.  La presencia misma de aquel general con sus soldados disipó los temores y llenó de valor sus pávidos corazones, y pronto derrotaron al enemigo.
La historia de la Navidad nos hacer recordar que Jesús cruzó la inmensidad espacial y dejó su trono para estar con nosotros. Desde el tiempo en que los profetas anunciaron el nacimiento de nuestro Señor, podemos observar la bondadosa intención de Dios para con los hombres: «He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros» Mateo 1.23. Emanuel es una palabra compuesta de dos voces hebreas: Immanu (con nosotros) y Él (de Elohim, Dios). En su amorosa intención de estar con nosotros, Dios se encarnó en la persona de Jesús e hizo su morada entre nosotros: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros… »
Juan1.14.
Dios con nosotros. Que afirmación tan maravillosa y profunda a la misma vez. Dios con nosotros no solo en el templo, sino también en casa. No solo durante nuestras expresiones religiosas durante el culto, sino Dios con nosotros en nuestras actividades cotidianas. Dios con nosotros en la oficina,  en el campo, en la escuela, en la cocina, en el comedor, en la sala de operaciones, y en cualquier lugar donde estemos. No estamos solos en este mundo.  Muchos en algún momento nos abandonarán,  pero él no lo hará. Prometió estar con nosotros siempre: «…y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» Mateo 28:20.
Alguien o algunos estarán ausentes para usted en esta navidad, pero no Dios.

martes, 11 de diciembre de 2018

EL TESORO MÁS AMADO DEL CREYENTE



La mayor riqueza aparte de la salvación, es la revelación escrita, es decir la Palabra de Dios. ¿La valora usted? ¿Encuentra en sus páginas la transformación, la sabiduría, la felicidad y el entendimiento que ella ofrece y que usted necesita para su vida? La Palabra de Dios es el tesoro  más grandioso que los creyentes pueden poseer en este mundo debido a los grandes beneficios que ella nos ofrece.
El 2 de diciembre de 1947, en un pequeño poblado llamado El Limoncito, Jalisco (México) falleció un humilde creyente indígena llamado “el hermano Silverio”. Dos meses antes, durante las reuniones anuales de la Asociación Bautista de la región, había testificado de su fe en el Señor mediante el bautismo. Al regresar a casa cayó enfermo, y a pesar de la gravedad de su caso, fue hecho objeto de una dura persecución. Las autoridades agrarias del lugar fueron a verlo con la amenaza de que si no dejaba su nueva religión le cancelarían su derecho a la parcela de tierra que sembraba. En presencia de la comitiva y de sus propios hijos el hermano Silverio pidió a su esposa que le trajera la Biblia. Con el sagrado libro en la mano le dijo: “Aquí está tu parcela, tu herencia y la de mis hijos. A nadie se la entregues. Léela mucho.” Y con voz entrecortada pidió que cantaran su himno favorito. Les acompañó con cuatro palabras solamente y luego entregó su espíritu en la más suave quietud.
El hermano Silverio percibió la Palabra de Dios como la riqueza más grande de su vida y quiso que su familia la apreciara como tal.  Semejante aprecio por la Biblia, aunque no sea expresado siempre en forma tan dramática, es el sentimiento común de los verdaderos hijos de Dios. Quizás esa fue la actitud del salmista cuando dijo:
«Mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata».
«Por eso he amado tus mandamientos más que el oro, y más que oro muy puro».  Salmos 119.72, 127.
Si usted no pasa tiempo con la Palabra de Dios, entonces no puede aludir que la valora. Si solo lee la Biblia un minuto a día (algunos ni la leen) jamás llegará a apreciar la Palabra de Dios como un tesoro como lo hizo el hermano Silverio y como lo apreció el salmista.  

lunes, 10 de diciembre de 2018

ENTENDIMIENTO POR MEDIO DE LA PALABRA



En los primeros años de su ministerio, el finado predicador Billy Graham pasó un tiempo luchando con sus dudas acerca de la exactitud y la autoridad de la Biblia. Una noche cayó sobre sus rodillas y con lágrimas le dijo a Dios que, a pesar de los pasajes confusos que no entendía, desde ese momento en adelante confiaría plenamente en la Biblia como la única autoridad para su vida y ministerio. A partir de ese día, la vida de Billy fue bendecida con un poder y una eficacia sin precedentes.
En vez de quedar prisionero por ciertas dudas de la Biblia, Billy decidió confiar plenamente en la Biblia como la única autoridad para su vida y ministerio. La Palabra de Dios nos fue dada para alcanzar entendimiento y aunque algunas cosas no parezcan claras, sin embargo, es totalmente clara con respecto a lo que es bueno y lo que es malo.
El cuarto beneficio de estudiar la Palabra es que alcanzamos entendimiento. El Salmos 19.8 dice: «El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos».
La palabra «ojos» se usa metafóricamente para explicar las capacidades y condiciones  tanto mentales, morales  y espirituales. La frase «El precepto de Jehová es puro…» significa que la palabra de Dios es clara. Clara como la luz del sol. Es la claridad de la palabra la que despeja la confusión de nuestra mente; proveyendo, iluminación a nuestro entendimiento y nos capacita para discernir entre lo bueno  y lo malo.
Tal vez al estudiar la Biblia encuentres  muchas cuestiones difíciles de responder con respecto a ciertos acontecimientos, lugares y textos complejos que en ella hay. Sin  embargo, en cuanto a lo moral y espiritual, la Biblia es totalmente clara y no deja confusión alguna.

jueves, 6 de diciembre de 2018

EL LIBRO QUE ALEGRA EL CORAZÓN



Walter Scott, novelista, poeta y gran cristiano británico, se estaba muriendo cuando dijo a su secretario: “Tráeme el Libro”. Esecretario miró los miles de libros que había en su biblioteca y dijo: “Doctor Scott, ¿qué libro?” Él contestó: “El Libro, la Biblia: el único Libro para un hombre que se está muriendo”.
Sin embargo, la Biblia no es un libro solo para un moribundo que está próximo a cruzar el umbral de la muerte, es también para las personas que gozan de salud y de mucha vida. Su mensaje calma la tristeza y produce alegría al corazón.  El Salmos 19.8 dice: «Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón…» También el Salmos 119.162 nos dice: «Me regocijo en tu palabra como el que halla  muchos despojos». En este pasaje, el salmista compara el gozo que produce la palabra de Dios con el tipo de felicidad que experimenta el hombre cuando encuentra un tesoro.   
El profeta Jeremías experimentó gozo al tener un encuentro con la palabra de Dios, y dijo: «Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de los ejércitos» (Jeremías 15:16). Acaso, ¿Jeremías comió las palabras de Dios de la manera que se come un pan? No. Jeremías escribe metafóricamente para explicarnos que al hallar las palabras de Dios, las retuvo ávidamente y se apropió de ellas. Jeremías interiorizó las palabras de Dios y cuando él hizo esto, experimentó gozo.
Sin embargo, muchos no hallan deleite en las Escrituras, quizás la razón es porque son afectados por cualquiera de los siguientes problemas:
El problema de la perspectiva.  La perspectiva que un creyente tiene referente a  la Biblia  es determinante en el resultado. Por ejemplo
ü  Si un creyente cree que la Biblia solo debe ser estudiada por los que la predican, verán el estudio y la lectura de la Biblia simplemente como una herramienta del trabajo pastoral (creerán que el pastor debe estudiar la Biblia como estudia el abogado la constitución). La Biblia no fue dada solo para el pastor, sino para todos.
ü  Si alguien piensa que la Biblia es un libro antiguo y que no se ajusta a su realidad, asumirá que la Biblia solo es para el culto y no para la vida diaria.
ü  Si un  creyente cree que la Biblia es muy difícil de estudiarla, posiblemente se sentirá desmotivado de navegar por sus páginas y creerá que el estudio de la Biblia es solo es para los estudiantes o seminaristas  bíblicos.
El problema de la aplicación. Este problema consiste en que muchos creyentes no experimentan el gozo de leer y estudiar la Biblia porque no la interiorizan. Es decir, no se apropian de ella, no la relacionan con sus vivencias. Cuando Jeremías escribió el capítulo quince, estaba pasando por un momento de crisis emocional por ver el sufrimiento de su nación; el gozo para su vida llegó cuando ávidamente permitió que la palabra divina empapara  su interior.
El problema de la desobediencia. En Lucas 11.28, Jesús dijo: «Bienaventurados (felices) los que oyen la palabra de Dios, y la guardan». Si usted quiere ser una persona feliz, al estudiar la Biblia, obedezca lo que dice y luego vea los resultados.
¿Quiere usted rebosar de gozo como reboza  de gozo el corazón de alguien que encuentra un tesoro? La próxima vez que tome su Biblia, tenga la perspectiva y actitud correcta para estudiarla y aplicarla en su vida.


miércoles, 5 de diciembre de 2018

SABIOS POR MEDIO DE LA PALABRA



Otro beneficio que nos brinda el estudio de la Palabra de Dios es que nos  provee de sabiduría para la vida. El Salmos 19.7 dice: «…El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo». ¿Notó lo que hace la palabra de Dios en las personas? La palabra de Dios hace sabio al sencillo.
El término «sencillo» de este pasaje tiene dos sentidos: en su sentido negativo equivale a indocto, ingenuo, simple, incauto. Expresa la idea del hombre que carece de principios para dirigirse en la vida. En el sentido positivo, la palabra sencillo, equivale a enseñable, es decir, una persona que se deja enseñar. Dios no brinda su sabiduría a quienes no quieren aprender, sino a la persona que posee una actitud de aprendiz.     
Por otro lado, la palabra sabiduría en el pensamiento hebreo no era un simple conocimiento, sino la  capacidad para vivir una vida piadosa como Dios quiere que el hombre la viva; es ver la vida desde el punto de vista de Dios, es tener la perspectiva de Dios en una determinada situación. El conocimiento bíblico  nos llena de datos e información bíblica y nos capacita para responder preguntas en un papel, pero la sabiduría que nos da la Palabra de Dios nos capacita para actuar correctamente en situaciones disyuntivas de la vida.  Un creyente puede acceder la Biblia por mera curiosidad o con el fin de adquirir conocimiento, pero eso no necesariamente significa que posea sabiduría.   El finado Howard Hendricks cuenta que cuando era director de jóvenes en una iglesia en Illinois, había un muchacho en el departamento de adolescentes que había aprendido seiscientos versículos a la perfección. Hasta lo llevaron a un programa de radio cristiano y le hicieron una prueba en el aire. Poco tiempo después (cuenta Hendricks) supimos que aparentemente todos los domingos alguien estaba robando dinero de la ofrenda del departamento de jóvenes. Se nombró a un comité para que investigara. ¿El culpable?  Nada más y nada menos el muchacho que sabía los seiscientos versículos. Este es un ejemplo de como muchos acceden a las páginas de la Biblia motivados simplemente por el mero conocimiento y no por la sabiduría que ella ofrece para actuar apropiadamente en la vida.    
Sin embargo, para que usted acceda a la sabiduría de las Escrituras, usted necesita desarrollar la actitud de un aprendiz. Si usted cree que ya no necesita aprender nada más de la Biblia, porque ya la estudio una vez y no hay nada más que aprender, se equivoca. Aunque la Biblia no cambia, nuestro entendimiento de ella sí, pues somos personas en proceso de desarrollo y nuestro entendimiento de ella está siempre en estado cambiante y progresivo.  Si usted es enseñable, entonces accederá a la sabiduría bíblica y será  una persona más juiciosa a la hora de tratar y tomar decisiones en asuntos familiares, financieros, ministeriales, relacionales, etc.


martes, 4 de diciembre de 2018

TRANSFORMADOS POR LA PALABRA



Uno de los grandes beneficios que brinda el estudio de la Palabra de Dios, es  la transformación de nuestras vidas. El Salmos 19. 7 dice:
«La ley de Jehová es perfecta, convierte el alma…» (RV60)

 Un caníbal que se había convertido al Señor, estaba sentado al lado de una olla grande leyendo su Biblia cuando un antropólogo usando un casco de explorador se le acercó y le preguntó:
—¿Qué haces?
—Estoy leyendo la Biblia —contestó el nativo.
—¿No sabes que el hombre moderno y civilizado rechazó ese libro? No es nada más que un paquete de mentiras. No pierdas el tiempo leyéndolo —dijo mofándose el antropólogo.
El caníbal lo miró de arriba abajo y lentamente respondió: —¡Señor, si no fuera por este libro, ya estaría usted en esta olla!
La Palabra de Dios había cambiado la vida de este caníbal (y también su apetito).
El primer gran beneficio de estudiar la Palabra está en el poder que ella  tiene para  transformar nuestra vida.  Sus palabras son tan poderosas que producen un cambio en nuestro ser, por eso que podemos decir que la Biblia «…Es mucho más que una guía doctrinal. ¡Genera vida, crea fe, produce cambios, […] sana heridas, edifica el carácter, […] infunde esperanza, libera poder, limpia nuestras mentes…!». Dios usa su Palabra para renovar nuestras vidas.
Si su vida no está mostrando cambios, lo más probable es que usted no esté valorando el estudio de la Palabra de Dios.  Una vida espiritual descuidada y enclenque es resultado de una Biblia descuidada.  Santiago 1.18 dice que «Él, de su voluntad nos hizo nacer por la palabra de verdad…». No importa cuántos años tengamos como creyentes, sino estudiamos la Palabra de Dios, nos perdemos la oportunidad de que ella cambie nuestras vidas.
Este es el primer beneficio del estudio bíblico que podemos encontrar según el pasaje de este Salmos.


lunes, 3 de diciembre de 2018

EL ALIMENTO DEL ALMA



Los afanes de la vida suelen despertarnos por las mañanas e impulsar nuestras acciones hacia aquellas actividades que cubren nuestras necesidades externas. Vamos de un lugar a otro, cumplimos tareas laborales, atendemos el negocio, hacemos llamadas, un poco de deporte para mantener la línea, etc.  En esa alocada y subyugada carrera cotidiana de actividades, olvidamos casi siempre alimentar nuestro ser interior el cual desdichadamente termina enclenque y sin fortaleza para enfrentar las fuertes tensiones de la vida.

Una mujer sintiéndose sola fue y compró un loro en una tienda local de mascotas. Se llevó al loro a casa, pero después de un par de días, regresó a la tienda para presentar su queja. «¡Ese loro hasta ahora no ha dicho una sola palabra!»
<<¿Tiene un espejo?» preguntó el dueño de la tienda de mascotas. <<A los loros les gusta mirarse al espejo». Así que la dama compró un espejo y luego regresó a casa.
Al día siguiente, regresó a la tienda porque el loro aún no había dicho nada.
<<¿Qué tal una escalera?» preguntó el dueño de la tienda. <<A los loros les encanta subir y bajar las escaleras». Así que compró una escalera y regresó a casa.
Al día siguiente regresó a la tienda. El loro aún no había dicho nada.
<<¿Tiene el loro un columpio?» preguntó el dueño. <<A los loros les encanta relajarse en el columpio». Compró un columpio y regresó a casa.
Al día siguiente regresó a la tienda para decirle al dueño de la tienda de mascotas que el loro se había muerto.
«Lamento muchísimo oír eso», dijo el dueño de la tienda. <<¿Dijo el loro algo antes de morir?»
«SÍ», contestó la dama. «Dijo: '¿No venden comida por allí?'»
La lección de la historia: Nosotros compramos espejos para que nos veamos bien, escaleras para tratar de escalar más alto, y columpios para buscar placer, pero nos descuidamos de nuestras propias almas.[1]

Cuando desatendemos la crucial tarea de alimentar nuestros corazones, viejos y malos hábitos comienzan a cobrar poder. Intereses mundanales que estaban dormitados comienzan a revivir y tarde o temprano sin darnos cuenta, nuestra vida espiritual termina convertida en un páramo deslucido carente de vida y de pasión por las cosas de Dios.
   Jesús enfatizó que la vida de las personas incluye el alimento espiritual de la Palabra de Dios.  Él  dijo: «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» Mateo 4.4. En otra oportunidad también señaló que: «…el afán y las riquezas de este siglo ahogan la palabra, y se hace infructuosa» Mateo 13.22.
Solo hay un alimento que fortifica el alma, y es la Palabra de Dios. Cualquier cosa que usemos para reemplazar este alimento, solo descalcificará y hará menguar nuestro espíritu.
Por favor, haga el compromiso de  no terminar el día,  sin haber alimentado su alma con la palabra de Dios. Haga este compromiso todos los días y luego vea los resultados.




[1] Historia de Ernest Campbell en el libro de John C. Maxwell, Lo que marca la diferencia (Nashville, TN: Grupo Nelson, 2007), 28,29.