Un
creyente tenía cuatro hijos, una noche, en el culto familiar, Timoteo, el
muchacho menor, dijo:
—Papá,
¿piensas que Jesús se molestaría si le pido una camisa?
—Bueno,
no, por supuesto que no. Digámosle a tu mamá que escriba eso en nuestro libro
de peticiones.
Así
que ella escribió: “Camisa para Timoteo”. Y agregó: “tamaño siete”. El niño
Timoteo se encargó que todos los días oraran por la camisa.
Un
sábado, después que habían pasado varias semanas, la madre recibió una llamada telefónica
de un vendedor de ropa hecha quien a la misma vez era un comerciante cristiano.
—Ya
terminé mi venta de liquidación de julio, y como sé que tiene cuatro muchachos,
se me ocurrió que podría usar alguna ropa que nos quedó. ¿Podría usar algunas
camisas para muchachos?
—
¿De qué tamaño? —preguntó ella.
—Tamaño
siete.
—¿Cuántas
tiene? —preguntó ella con vacilación.
—Tengo
12 —contestó él.
Muchos
hubiéramos recibido las camisas, las hubiéramos guardado en las gavetas, y de
paso les hubiéramos dicho algo a los muchachos sobre el particular. Pero estos
sabios padres no hicieron así. Esa noche, como se esperaba, Timoteo dijo:
—No
olvides, mamá, oremos por mi camisa.
—Ya
no tenemos que orar por la camisa, Timoteo —dijo ella.
—¿Por
qué?
—El
Señor contestó tu oración.
-¿Sí?
—Sí.
Así
que, tal como lo habían arreglado, el comerciante se presentó, sacó una camisa y
la colocó sobre la mesa. Los ojos del pequeño Timoteo se pusieron tan grandes de
asombro. El negociante volvió a salir, y trajo otra camisa; y volvió y volvió y
volvió, hasta que amontonó las 12 camisas sobre la mesa. Timoteo quedó asombrado que Dios haya respondido
de una manera cuantiosa su petición (y hasta pensó que Dios estaba metido en el
negocio de camisas jajajajajaja.......)[1]
El
niño Timoteo aprendió que hay un Dios que
aunque está en el cielo se interesa tanto en sus necesidades que provee camisas
para alguien que vive en el planeta Tierra.
El
insigne apóstol Pablo quien vivió momentos muy difíciles en su vida ministerial,
aprendió a poner su confianza en el Señor; y sin duda, abrazó la oración como el
instrumento poderoso para batallar contra el afán y las preocupaciones de la escasez.
Con mucha razón escribió diciendo: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas
vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de
gracias» (Filipenses 4.6). Pablo
sabía que Dios era fiel para responder a las oraciones de sus hijos que se toman
en el tiempo de llevar sus peticiones en oración delante de Él. Pablo confiaba
y nosotros debemos confiar que «[Nuestro] Dios, pues suplirá todo lo que os falta conforme a
sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filipenses
4. 19).
La
oración es y será siempre un instrumento poderoso para ver obrar a Dios en medio
de nuestras necesidades.
[1] Adaptado de Howard G. Hendricks,
Say It With Love (Dígalo con amor), (Wheaton,
III.: Victor Books, 1973), 91, 92.
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