En cierta oportunidad un hombre religiosamente
muy importante, cuyo nombre era Nicodemo, le preguntó a Jesús: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo
viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?»
(Juan 3.4 RV60).
¿Quién era Nicodemo? Le dije que era un
hombre muy importante religiosamente hablando. No solo era uno de los seis mil
fariseos, sino un principal entre ellos. Era uno de los setenta hombres que servía
en el gran concilio supremo de justicia de su país. Experto en leyes, en
filosofía, en teología; era un doctor en ciencia y divinidades. Nicodemo era un
hombre con una mente saturada de religión, pero con un corazón existencialmente
vacío. La falta de paz en su corazón lo llevó a buscar aquello que las reglas y
regulaciones no podían satisfacer. En el silencio de la noche, Nicodemo buscó a
Jesús, pues tiene el presentimiento que el gran Rabí puede ayudarle en su conflicto.
Nicodemo es consciente que es parte de
una religión que habla de Dios, pero no está seguro si eso alcanza para ser
parte del reino de Dios. Quizás hace un tiempo atrás pensó que el cumplimiento
de las reglas religiosas y el hecho de pertenecer genéticamente al linaje de
Abraham, eran suficiente para ser parte del reino celestial de Dios; pero ahora
las dudas asaltan su corazón y va tras Jesús por ayuda. Jesús inició su sesión
de asesoría diciéndole: «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de
nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Juan
3.3).
Nicodemo no entiende lo que Jesús intenta
decirle y naturalmente pregunta: «… ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?
¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?» Nicodemo
sabe que ningún hombre puede volver al vientre de su madre para nacer nuevamente.
Jesús aclara lo que intenta enseñarle y le dice: «…De cierto, de cierto te
digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino
de Dios» (Juan 3.5).
Para Jesús el Nuevo Nacimiento es un
asunto de limpieza espiritual. Le estaba intentando decir a Nicodemo (y por implicación
también a nosotros) que no importa cuán religioso
seas ni cuantas reglas cumplas, eso no es suficiente para entrar en el cielo. Al
reino de Dios solo ingresamos cuando nuestros corazones pecaminosos han sido
lavados (purificados).
El Nuevo Nacimiento es un asunto de
limpieza interna. Dios nos da un buen baño espiritual antes de pertenecer a su
reino. Significa que Dios lava nuestro interior por medio de la regeneración. El apóstol
Pablo lo dijo así: «Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos
hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación
en el Espíritu Santo» (Tito 3.5).
REFLEXIONEMOS JUNTOS
A modo de reflexión permítame hacerle la
siguiente pregunta: ¿Tiene usted simplemente una religión pura o tiene un
corazón purificado? Tristemente mucha gente al igual que Nicodemo, solo posee
lo primero, y no lo segundo. Recuerde que no se trata de religión, sino de purificación:
«…el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios»
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