lunes, 15 de octubre de 2018

DERRIBADOS MÁS NO DESTRUIDOS



Algunos lo veían como un ser extraño, otro creían que era de otro mundo. Su nombre era Nicolás Paganini. Cada vez que este insólito hombre tomaba su violín; hacía brotar  las melodías más hermosas que el oído humano podía escuchar. 

Una cierta noche, el palco de un auditorio se abarrotó de admiradores para escuchar a Paganini y su violín.  Se dice que cuando Paganini colocó su violín en el hombro, lo que sucedió luego, fue indescriptible. Quiméricas melodías musicales brotaban del  toque de aquellos dedos que parecían estar encantados. Cada fusa y semifusa, cada corchea  y  semicorchea, cada nota musical ejecutada por Paganini, producían un ambiente musical mágico.

De pronto un sonido extraño irrumpió el fantástico espectáculo musical. Una de las cuerdas del violín de Paganini se rompió. El director hizo un ademán y la orquestra dejó de tocar. El público esperó que Paganini hiciera un alto a su presentación; pero el talentoso músico  siguió tocando. Con los ojos clavados sobre su partitura, Paganini extraía  sonidos deliciosos de un violín con problemas. El director y la orquesta motivados por la actitud de Paganini volvieron a tocar.

Cuando el concierto parecía haber vuelto a su normalidad, otro sonido perturbador invadió la atención de los asistentes. Una segunda cuerda del violín se volvió a romper. El director  detuvo nuevamente a la sinfónica; pero Paganini  como si nada hubiese sucedido, olvidó las dificultades y avanzó sacando sonidos de lo imposible. El maestro y la orquesta, impresionados por lo que veían, volvieron a tocar mientras el público observaba con delirio lo que acontecía en el escenario.  

Sin embargo, minutos después,  una tercera cuerda del violín se volvió a romper. La orquesta dejó de tocar y un inmenso silencio invadió la atención del público; pero Paganini continuó ejecutando su violín  arrancando todos los sonidos de la única cuerda que quedaba. Ninguna nota musical fue olvidada. El director y la sinfónica, entusiasmados por lo que veían volvieron a tomar sus instrumentos… El público pasó del silencio a la euforia, de la inercia al delirio. Esa noche Paganini alcanzó la gloria musical. Fue el mejor de todos sus conciertos…
Posiblemente usted no toque el violín, pero hace tiempo que el concierto de su vida ha dejado de sonar. Una frustración tras otra, un fracaso sumado a otros, un dolor, una culpa, una experiencia traumática de su niñez, un rechazo o posiblemente otras luctuosas experiencias quebraron las cuerdas del violín de su alma; dejándole una existencia  carente de melodías y creyendo que el concierto de su vida  ha llegado a su fin, sin ganas  de querer continuar más. 
Hace uno dos mil años atrás, el concierto de la vida estuvo próximo a cancelarse para un hombre llamado Pedro. Junto con otros once hombres, Pedro era discípulo de un gran Maestro. Cuando su Maestro les advirtió que lo tomarían prisionero, Pedro  intrépidamente ofreció a su Maestro no abandonarlo. Me gustaría decirle que Pedro cumplió con su palabra, pero en realidad eso no sucedió. Horas más tarde, cuando las cosas se pusieron muy feas, el discípulo negó a su Maestro, no una, sino tres veces. Luego de la tercera negación  «…el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes de que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente». Lucas 22.61, 62.
La historia de Pedro no terminó allí. Unos pocos días después, Pedro tuvo la oportunidad de superar ese oscuro crepúsculo de su vida. Fue reconfortado por su mismo Maestro quien  tres veces le preguntó: «Pedro ¿me amas?– Sí Señor, tu sabes que te amo [respondió Pedro]— Entonces, apacienta mis ovejas [respondió el Maestro]». Juan 21.15-17.  
 Con tres cuerdas destrozadas, Paganini pudo haber cancelado su presentación;  sin embargo, tres cuerdas derribadas no significaban la destrucción del violín y decidió seguir adelante con la única cuerda que le quedó. Pedro podría haber decidido quedarse derribado en su fracaso, pero aceptó darse una nueva oportunidad y asumió el llamado al ministerio convirtiéndose  en el  líder vocero de la primera iglesia.
La vida puede sorprendernos con eventos dolorosamente inesperados. Algunas cuerdas de la vida se pueden romper inesperadamente. También podemos equivocarnos como Pedro. Tanto los fracasos como los momentos críticos suelen derrumbarnos; pero ni lo uno ni lo otro significan el ocaso de nuestra existencia.
 La Biblia nos hace recordar  que hay esperanza a pesar de lo espinosa que se vuelva la vida. Sus páginas nos alienta diciéndonos que aunque nos encontremos «… derribados, no estamos destruidos»[1] que aun cuando «… siete veces caiga el justo, puede volver a levantarse… ».[2]



[1] 2 Corintios 4.9

[2] Proverbios 24.16

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