Algunos lo veían
como un ser extraño, otro creían que era de otro mundo. Su nombre era Nicolás
Paganini. Cada vez que este insólito hombre tomaba su violín; hacía brotar las melodías más hermosas que el oído humano
podía escuchar.
Una cierta
noche, el palco de un auditorio se abarrotó de admiradores para escuchar a
Paganini y su violín. Se dice que cuando
Paganini colocó su violín en el hombro, lo que sucedió luego, fue indescriptible.
Quiméricas melodías musicales brotaban del toque de aquellos dedos que parecían estar
encantados. Cada fusa y semifusa, cada corchea
y semicorchea, cada nota musical ejecutada
por Paganini, producían un ambiente musical mágico.
De pronto un
sonido extraño irrumpió el fantástico espectáculo musical. Una de las cuerdas
del violín de Paganini se rompió. El director hizo un ademán y la orquestra dejó
de tocar. El público esperó que Paganini hiciera un alto a su presentación; pero
el talentoso músico siguió tocando. Con
los ojos clavados sobre su partitura, Paganini extraía sonidos deliciosos de un violín con problemas.
El director y la orquesta motivados por la actitud de Paganini volvieron a
tocar.
Cuando el
concierto parecía haber vuelto a su normalidad, otro sonido perturbador invadió
la atención de los asistentes. Una segunda cuerda del violín se volvió a
romper. El director detuvo nuevamente a
la sinfónica; pero Paganini como si nada
hubiese sucedido, olvidó las dificultades y avanzó sacando sonidos de lo
imposible. El maestro y la orquesta, impresionados por lo que veían, volvieron a tocar
mientras el público observaba con delirio lo que acontecía en el escenario.
Sin embargo,
minutos después, una tercera cuerda del
violín se volvió a romper. La orquesta dejó de tocar y un inmenso silencio invadió
la atención del público; pero Paganini continuó ejecutando su violín arrancando todos los sonidos de la única
cuerda que quedaba. Ninguna nota musical fue olvidada. El director y la
sinfónica, entusiasmados por lo que veían volvieron a tomar sus instrumentos… El
público pasó del silencio a la euforia, de la inercia al delirio. Esa noche
Paganini alcanzó la gloria musical. Fue el mejor de todos sus conciertos…
Posiblemente usted no toque el violín, pero
hace tiempo que el concierto de su vida ha dejado de sonar. Una frustración
tras otra, un fracaso sumado a otros, un dolor, una culpa, una experiencia
traumática de su niñez, un rechazo o posiblemente otras luctuosas experiencias quebraron
las cuerdas del violín de su alma; dejándole una existencia carente de melodías y creyendo que el
concierto de su vida ha llegado a su fin,
sin ganas de querer continuar más.
Hace
uno dos mil años atrás, el concierto de la vida estuvo próximo a cancelarse
para un hombre llamado Pedro. Junto con otros once hombres, Pedro era discípulo
de un gran Maestro. Cuando su Maestro les advirtió que lo tomarían prisionero,
Pedro intrépidamente ofreció a su
Maestro no abandonarlo. Me gustaría decirle que Pedro cumplió con su palabra,
pero en realidad eso no sucedió. Horas más tarde, cuando las cosas se pusieron
muy feas, el discípulo negó a su Maestro, no una, sino tres veces. Luego de la tercera negación
«…el Señor, miró a Pedro; y Pedro se
acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes de que el gallo
cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente». Lucas 22.61, 62.
La
historia de Pedro no terminó allí. Unos pocos días después, Pedro tuvo la
oportunidad de superar ese oscuro crepúsculo de su vida. Fue reconfortado por
su mismo Maestro quien tres veces le preguntó:
«Pedro ¿me amas?– Sí Señor, tu sabes que te amo [respondió Pedro]— Entonces, apacienta mis ovejas [respondió el Maestro]».
Juan 21.15-17.
Con tres cuerdas destrozadas, Paganini pudo
haber cancelado su presentación; sin embargo,
tres cuerdas derribadas no significaban la destrucción del violín y decidió seguir
adelante con la única cuerda que le quedó. Pedro podría haber decidido quedarse
derribado en su fracaso, pero aceptó darse una nueva oportunidad y asumió el
llamado al ministerio convirtiéndose en el líder vocero de la primera iglesia.
La
vida puede sorprendernos con eventos dolorosamente inesperados. Algunas
cuerdas de la vida se pueden romper inesperadamente. También podemos equivocarnos como Pedro. Tanto
los fracasos como los momentos críticos suelen derrumbarnos; pero ni lo uno ni
lo otro significan el ocaso de nuestra existencia.
La Biblia nos hace recordar que hay esperanza a pesar de lo espinosa que se
vuelva la vida. Sus páginas nos alienta diciéndonos que aunque nos encontremos «…
derribados, no estamos destruidos»[1] que
aun cuando «… siete veces caiga el justo, puede volver a levantarse… ».[2]
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