viernes, 5 de octubre de 2018

PEQUEÑA PERO PELIGROSA: Debemos controlar nuestra lengua porque las palabras manifiestan nuestro grado de madurez

 Es cierto que todos cometemos muchos errores. Pues, si pudiéramos dominar la lengua, seríamos perfectos, capaces de controlarnos en todo sentido.
Podemos hacer que un caballo vaya adonde queramos si le ponemos un pequeño freno en la boca.
También un pequeño timón hace que un enorme barco gire adonde desee el capitán, por fuertes que sean los vientos
Santiago 3.2-4(NTV)


La vida puede ser menos complicada si aprendiéramos a callar la boca. Nuestro hogar sería un lugar más pacífico, nuestras relaciones serían más saludables, probablemente tendríamos más amigos que enemigos; sin tan solo aprendiéramos a controlar nuestras lenguas. Quizás tenga razón quien dijera «el perro tiene más amigos que  una personas porque mueve más la cola que la lengua».
Ejercer control sobre nuestras palabras es muestra de dominio propio, y sobretodo es muestra de madurez espiritual.  Santiago escribió diciendo: «…si pudiéramos dominar la lengua, seríamos perfectos, capaces de controlarnos en todo sentido» Santiago 3.2 (NTV). Aquí el hombre perfecto no es el hombre sin pecado sino aquél que ha alcanzado la madurez espiritual, alguien que habla la verdad en amor, que no está murmurando ni juzgando a los demás. Para Santiago el hecho de ejercer dominio sobre nuestras palabras es propio de los creyentes maduros.
Para ilustrar su idea sobre el control de las palabras, Santiago usó dos metáforas: la del freno de los caballos y la del timón del barco. Un freno relativamente pequeño controla a un animal grande. Entonces, si el hombre controla poderosos caballos con pequeños frenos colocados en sus bocas, ciertamente debe poder controlar su propia lengua. El timón es una parte muy pequeña del barco,  sin embargo es el instrumento por el cual el piloto marca el curso que tiene en mente. Observe que no es el fuerte viento sino el piloto quien determina la dirección del barco. El contraste se marca entre la pequeñez del timón y el inmenso tamaño de la nave. Entonces, si el hombre es capaz de dirigir el curso de naves oceánicas con un timón, ciertamente debería ser capaz de controlar su propia lengua.
Tropezamos más seguido con la lengua que con nuestros pies. Esto ocurre con usted y conmigo. He aprendido con el paso de tiempo que mis palabras desenfrenadas pueden causar dolor y oscuridad a las personas que me rodean, especialmente dolor sobre las personas que más me aman; pero también he aprendido que al ejercer dominio sobre mis palabras puedo generar una atmósfera más agradable en mi hogar. No intento defender una manera trapense de vivir en la que la conversación esté prohibida (tampoco esa fue la intención de Santiago), lo que se intenta proponer es que mantengamos a raya la lengua. Si podemos controlar la lengua, tenemos el resto del cuerpo a nuestras órdenes; y si no podemos controlar la lengua, todo lo demás de la vida irá por mal camino.
¿Controla usted sus palabras? ¿Da dirección a sus palabras?  ¿Tiene usted dominio sobre ellas? Se dice que Federico el Grande de Prusia paseaba por las inmediaciones de Berlín cuando se encontró con un anciano que iba en dirección opuesta. « ¿Quién eres?», pregunto el rey. «Soy un rey», replicó el anciano. «¡Un rey!», se rio Federico. «Y sobre que reino reinas» «Sobre mí mismo», respondió con firmeza el anciano. Podemos adquirir dominio sobre nosotros mismos si aprendemos a ejercer control sobre nuestras palabras.  
La importancia de controlar nuestras palabras es que nos ayuda a alcanzar madurez espiritual.


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