En tiempos de la Segunda Guerra Mundial aparecieron
unos grafitis pintados en distintos lugares con una frase que decía: «¡Kilroy estuvo
aquí!». Dichas palabras fueron halladas en algunas paredes de Alemania, en edificios
de Tokio, y en grandes rocas llanas en los Estados Unidos.
Es tanto el mito que se ha creado
alrededor de este grafiti, que se cuenta que la inteligencia germana le comentó
a Hitler que el tal Kilroy podría ser el nombre clave de un espía de alto nivel
de los americanos. Otros comentan que Stalin vio el grafiti en un baño durante
la conferencia de Potsdam en 1945, y de inmediato preguntó a los Aliados acerca
de quién era ese famoso Kilroy.
Lo cierto es que el autor de la famosa frase
era un simple inspector en una planta que fabricaba buques y cuyo nombre era James J. Kilroy. Este decidió marcar con
pintura en lugar de tiza su famosa frase en cada placa que revisaba; además del
dibujo del muñeco narigudo.
Lo
curioso es que este hombre jamás salió de Boston. El nombre del hombre que
figuraba en todos los sitios, en todos los frentes incluso en las trincheras
más terribles, jamás fue soldado y tampoco estuvo en ninguno de los sitios
donde su marca aseguraba haber estado. Entonces ¿qué pasó? Lo más probable es
que muchos de los soldados que vieron la frase en los buques de guerra empezaran
a delinear el grafiti en todos los puntos donde ellos llegaban o combatían.
Aunque aparentemente Kilroy estaba en
todas partes, en realidad nunca salió de su ciudad. No podemos decir lo mismo de
Dios. Él no es como Kilroy. Aunque no escriba su nombre en las placas de los
barcos, rocas o paredes; Él está en todas partes. Su presencia aunque invisible
lo llena todo, puede estar en el espacio y también en las profundidades del
Pacífico y del Atlántico; no existe
espacio en el universo que lo pueda confinar. El salmista lo dijo de la
siguiente manera:
¿A
dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?
Si
subiere a los cielos, allí estás tú;
Y
si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.
Si
tomare las alas del alba Y habitare en el extremo del mar,
Aun
allí me guiará tu mano, Y me asirá tu diestra. Salmos 139.7, 8 (RV60)
Y lo maravillo de
su naturaleza omnipresente es que Dios puede estar en todo lugar y al mismo tiempo
cerca de donde estamos. Apropiándome de las palabas del Dr. Charles Swindoll, diría:
«Dios está aquí, ¡cada día, cada
hora, en cada tictac del reloj!. . . está aquí con usted y su peregrinaje
personal. Con su mente incomprensible trabajando en concierto con su inescrutable
voluntad, haciendo las cosas bajo su control soberano».
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