En
el NT, la palabra tentación tiene dos acepciones distintas. La palabra griega vinculada con la palabra tentación
es «peiradso», y se refiere en primer lugar a circunstancias externas con la intención de probar y fortalecer la fe
del creyente
Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis
den diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Santiago 1.2, 3.
En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un
poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas.
1Pedro 1.6.
Sin embargo, aunque estas circunstancias externas
son permitidas y están bajo el control absoluto de Dios, «…no es prominente
atribuir la causa explicita de ellas a Dios».[2]
El apóstol Pablo reconoció que su aguijón en la carne, estaba bajo el control
soberano de Dios (2 Corintios 12.8.9); no obstante, designó tal aguijón como «mensajero
de Satanás» (2 Corintios 12.7).
Por otro lado, la palabra tentación
implica incitación interna al pecado.
Es la clase de incitación a hacer lo indebido con la intención de satisfacer un
deseo o de obtener placer. Santiago explica con notoriedad la naturaleza de la tentación en los versículos
14 -15 del capítulo 1.
…cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia
es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da
a luz el pecado, y el pecado, siendo
consumado, da a luz la muerte. Santiago
1.14, 15.
Sin embargo, aun
cuando la tentación en su mayor parte esté relacionado con la naturaleza más baja de nuestra humanidad (nuestras
pasiones sensuales desordenadas),
también comprende los deseos de tomar venganza, de calumniar, de robar,
de poseer lo que otros tienen, de aprovecharse de los demás, de mentir, de
sobornar, de plagiar…y la lista puede continuar.
Como se observa, la tentación concierne
a aquellas inclinaciones pecaminosas del pecador que caracterizan su naturaleza
y le conducen a actos contra la ley de Dios.[3]
Satanás
usa la tentación para promover la rebelión contra la voluntad de Dios
Valiéndose de nuestra concupiscencia,
Satanás usa la tentación para persuadir al creyente hacia el pecado y la rebelión.
Tal parece fue el caso de Hechos 5 donde Pedro censura a Ananías diciéndole: « ¿…porque llenó
Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajese del precio
de la heredad?» Hechos 5.3.
Otros pasajes que insinúan la misma idea los encontramos en:
Apocalipsis
2.10: «…el diablo echará a algunos de vosotros en
la cárcel, para que seáis probados… ».
1Pedro 5.8:
«Sed sobrios y velad; porque vuestro
adversario el diablo, como león rugiente, anda buscando a quien devorar».
Siendo que la tentación
por naturaleza atañe a aquellas inclinaciones pecaminosas que promueven a realizar
actos contra la ley de Dios, Satanás se vale estratégica y sutilmente del elemento
pérfido propio de nuestra naturaleza humana pecaminosa llamado «lascivia» (gr. epizumía),
o traducida en ocasiones como «concupiscencia»,
y en un buen sentido como «deseo», para persuadir al creyente hacia el pecado. Por
tal razón, los hagiógrafos del NT lo
calificaron como el tentador («Y vino
el a él el tentador…»Mateo 4.3 «…no
sea que os hubiese tentado el tentador…»1Tesalonicenses
3.5)
Desde el momento que comenzamos a vivir
bajo la voluntad de Dios, Satanás ha puesto precio a nuestra cabeza y trama
incansablemente nuestra caída. Ha hecho esta labor desde el principio de la
historia. Tramó la caída de nuestros primeros padres, también la de Noé, Moisés,
Sansón, David, Pedro y hará lo mismo con nosotros. Con locuaces
y reflexivas palabras, Mauricio J. Roberts, describe la sutileza de nuestro enemigo espiritual
diciendo:
Tenemos un adversario que no se detendrá ante nada
para provocar nuestra caída, si la puede lograr. Conoce bien tanto nuestra
fragilidad como nuestro gusto por la comodidad. Él ajusta su carnada a nuestro
agrado. Nos pude dar como a Pedro, un fuego donde calentarnos. Nos pude
ofrecer, como a Sansón, a una Dalila que
nos seduzca. Todavía puede mezclar su copa con tal astucia que quien beba no
despertará hasta que su alma esté en las
llamas del infierno…[4]
[1] Carl G. Kromminga, en E.F. Harrison (ed.), Diccionario de Teología (Grand Rapids,
Míchigan: Libros Desafío, 2002), 595.
[3] Geoffrey W.
Bromiley, en E.F. Harrison (ed.), Diccionario
de Teología (Grand Rapids, Míchigan: Libros Desafío, 2002), 115.
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