lunes, 22 de octubre de 2018

LA NATURALEZA DE LA TENTACIÓN




En el AT la tentación toma diferentes estrategias pero persigue un mismo fin. La esencia de la tentación se dejar ver en los casos de la caída de nuestros primeros padres y en el papel de Satanás en la aflicción de Job (Gn. 3.1-13; Job 1.2-10). Aunque la estrategia de Satanás varía en ambos casos, el fin perseguido es  el mismo: «...el rechazo de la voluntad y camino de Dios como justos y buenos».[1]
En el NT, la palabra tentación tiene dos acepciones distintas. La palabra griega vinculada con la palabra tentación es «peiradso», y se refiere en primer lugar a circunstancias externas con la intención de probar y fortalecer la fe del creyente
Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis den diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Santiago 1.2, 3.  
En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas. 1Pedro 1.6.
  Sin embargo, aunque estas circunstancias externas son permitidas y están bajo el control absoluto de Dios, «…no es prominente atribuir la causa explicita de ellas a Dios».[2] El apóstol Pablo reconoció que su aguijón en la carne, estaba bajo el control soberano de Dios (2 Corintios 12.8.9); no obstante, designó tal aguijón como «mensajero de Satanás» (2 Corintios 12.7).
Por otro lado, la palabra tentación implica incitación interna al pecado. Es la clase de incitación a hacer lo indebido con la intención de satisfacer un deseo o de obtener placer. Santiago explica con notoriedad  la naturaleza de la tentación en los versículos 14 -15 del capítulo 1.
…cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado, y el pecado, siendo  consumado, da a luz la muerte. Santiago 1.14, 15.
Sin embargo, aun cuando la tentación en su mayor parte esté relacionado con la  naturaleza más baja de nuestra humanidad (nuestras pasiones sensuales desordenadas),  también comprende los deseos de tomar venganza, de calumniar, de robar, de poseer lo que otros tienen, de aprovecharse de los demás, de mentir, de sobornar, de plagiar…y la lista puede continuar.
Como se observa, la tentación concierne a aquellas inclinaciones pecaminosas del pecador que caracterizan su naturaleza y le conducen a actos contra la ley de Dios.[3]
Satanás usa la tentación para promover la rebelión contra la voluntad de Dios
Valiéndose de nuestra concupiscencia, Satanás usa la tentación para persuadir al creyente hacia el pecado y la rebelión. Tal parece fue el caso de Hechos 5 donde Pedro censura  a Ananías diciéndole: « ¿…porque llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajese del precio de la heredad?» Hechos 5.3.
Otros pasajes que insinúan  la misma idea los encontramos en:
Apocalipsis 2.10: «…el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados… ».
1Pedro 5.8: «Sed sobrios y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda buscando a quien  devorar».
Siendo que la tentación por naturaleza atañe a aquellas inclinaciones pecaminosas que promueven a realizar actos contra la ley de Dios, Satanás se vale estratégica y sutilmente del elemento pérfido propio de nuestra naturaleza humana pecaminosa llamado «lascivia» (gr. epizumía), o traducida en ocasiones como  «concupiscencia», y en un buen  sentido como «deseo»,  para persuadir al creyente hacia el pecado. Por tal razón,  los hagiógrafos del NT lo calificaron como el tentador («Y vino el a él el tentador…»Mateo 4.3 «…no sea que os hubiese tentado el tentador…»1Tesalonicenses 3.5)
Desde el momento que comenzamos a vivir bajo la voluntad de Dios, Satanás ha puesto precio a nuestra cabeza y trama incansablemente nuestra caída. Ha hecho esta labor desde el principio de la historia. Tramó la caída de nuestros primeros padres, también la de Noé, Moisés, Sansón, David, Pedro y hará lo mismo con nosotros. Con  locuaces  y reflexivas     palabras, Mauricio J. Roberts, describe la  sutileza de nuestro enemigo espiritual diciendo:
Tenemos un adversario que no se detendrá ante nada para provocar nuestra caída, si la puede lograr. Conoce bien tanto nuestra fragilidad como nuestro gusto por la comodidad. Él ajusta su carnada a nuestro agrado. Nos pude dar como a Pedro, un fuego donde calentarnos. Nos pude ofrecer, como  a Sansón, a una Dalila que nos seduzca. Todavía puede mezclar su copa con tal astucia que quien beba no despertará hasta que su alma esté  en las llamas del infierno…[4] 


[1] Carl G. Kromminga, en E.F. Harrison (ed.), Diccionario de Teología (Grand Rapids, Míchigan: Libros Desafío, 2002), 595.
[2] Ibid.
[3] Geoffrey  W. Bromiley, en E.F. Harrison (ed.), Diccionario de Teología (Grand Rapids, Míchigan: Libros Desafío, 2002), 115.
[4] Mauricio J. Roberts. “¡Un descuido fatal!”. Apuntes Pastorales, Volumen XXII, N°3 (2005):33.

No hay comentarios:

Publicar un comentario