Hace
miles de años atrás vivió un monarca que creía tener el control de todo el
mundo. Su vasto imperio dominaba otros reinos los cuales había sometido
poderosamente bajo su dominio. Aun el
pueblo de Dios (la nación de Judá) había sido conquistado por sus poderosos ejércitos.
Arrogantemente el monarca se jactaba de su poderío y de sus conquistas. Un
día mientras caminaba por las calles de
la ciudad, sus pensamientos vanidosos le llevaron a cavilar para consigo mismo
y dijo: «… ¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la
fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?». Daniel 4.30 RV60.
Dominado
y cegado por su orgullo este monarca presumía
de su poder y de su reino hasta que Dios tomó cartas en el asunto. Mientras el
petulante rey se envanecía, una voz del cielo sentenció la vida del altivo rey
a vivir bajo los escombros de una degradante demencia. El Soberano de soberanos
sentenció diciendo:
«El
reino ha sido quitado de ti; y de entre los hombres te arrojarán, y con las
bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y
siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el
dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere». Daniel 4.31-32.
De
la monarquía a la boantropía[1]. De
vivir en un lujoso palacio y disfrutar los más exquisitos banquetes, el vanidoso
monarca pasó a morar en un establo y a comer pasto con los bueyes El rey sufrió
un tipo de demencia hasta el punto de compartir su hábitat junto con las animales
del campo. Durante un periodo de siete
años, días tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año; el demente
rey comía pasto como los toros, y se bañaba con el rocío del cielo. Sus
cabellos parecían plumas de águila, y sus uñas parecían garras de pájaro. Daniel 4.33.
Luego
de aquellos años de locura y habiendo Dios cumplido su propósito, el monarca recuperó
su sano juicio y humillándose compuso una alabanza exaltando el poderío y la
majestad del Altísimo.
Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé
mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y
glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por
todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada;
y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la
tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? Daniel 4.34-35.
Antes
de su demencia, Nabucodonosor se gloriaba en su poder. Ahora lo vemos reconociendo
y exaltando la majestad y la soberanía del Rey de reyes, del Altísimo. Un lugar
junto a las bestias del campo fue la escuela donde el arrogante monarca aprendió que él no era el dios de su propia vida y que
tampoco era el soberano de este mundo.
La
arrogancia y la demencia que vivió el rey Nabucodonosor nos permite extraer tres
lecciones de vida.
En
primer lugar: Usted y yo no somos dueños
de nuestras vidas. Tanto usted como yo vivimos bajo la solícita, amorosa,
misericordiosa y soberana mano de nuestro Dios. Por lo tanto, nada especial o
común de lo que ocurra en nuestras vidas ocurre si no fuera por la voluntad
soberana de Dios. Aprendamos de buena forma que «. . . los movimientos del tiempo y de la historia se miden de acuerdo con su plan, exactamente como él lo ha ordenado»[2].
En
segundo lugar: No hay corazón arrogante
que Dios no pueda humillar. Los corazones altivos ofenden y se resisten a
Dios. No basta que usted reconozca que Dios es soberano sobre los reinos de
este mundo, sino también sobre su mundo personal. Lo único que impide que usted
reconozca la grandeza de Dios sobre su vida es el orgullo, no lo permita. El
orgullo solo hace que usted se resista a Dios, y en una partida entre usted
versus Dios, Dios siempre gana. «Ciertamente el escarnecerá a los
escarnecedores, y a los humildes dará gracia». Proverbios 3.34 “Abominación
es a Jehová todo altivo de corazón; ciertamente no quedará impune” Proverbios 16:5.
En
tercer lugar: Solo cuando reconocemos la grandeza de Dios, nos damos cuenta de lo
insignificantes que somos nosotros.
[1] La boantropía es un trastorno
psicológico en el que un ser humano cree ser un bovino, es decir, una vaca o un
toro. Algunos comentaristas bíblicos como Merril F. Unger, llaman al trastorno
mental de Nabucodonosor: licantropía.
[2] Charles Swindoll, Ester, una mujer y fortaleza y dignidad
(Alabama, El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2008), 15.
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