jueves, 4 de octubre de 2018

PEQUEÑA PERO PELIGROSA: Nuestras Palabras Tienen Repercusión Eterna



Amados hermanos, no muchos deberían llegar a ser maestros en la iglesia,
 Porque los que enseñamos seremos juzgados de una manera más estricta.
Santiago 3.1 (NTV)

Una de las frases que me impactó de la película El Gladiador, dirigida por Ridley Scott, es aquella donde Rusell Crowe (el personaje principal, quien hace de Máximo Decimo Meridio, el gladiador), la dice a su valiente tropa: «Lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad». Bíblicamente dicha arenga tiene amplia certeza. Tarde o temprano nos veremos cara a cara con nuestro Creador y  él pesará cada una de  nuestras acciones (Romanos 14.10-12; Apocalipsis 20.11). El juicio de aquellas acciones incluye la forma como hemos usado nuestras palabras. Incluye nuestras conversaciones, los estigmas que hemos hecho de las personas, nuestras promesas y juramentos;  y todas aquellas manifestaciones de nuestro vocabulario, serán juzgadas por Dios.  
Santiago procurando corregir la equivocada  actitud de ciertos hermanos que presumían de ser sabios, pero cuyas acciones eran de condenar; les escribe en su carta diciéndoles:
Amados hermanos, no muchos deberían llegar a ser maestros en la iglesia, porque los que enseñamos seremos juzgados de una manera más estricta. Es cierto que todos cometemos muchos errores. Pues, si pudiéramos dominar la lengua, seriamos perfectos, capaces de controlarnos en todo sentido. Santiago 3.1, 2 (NTV).
En una sociedad como la del NT donde un maestro era altamente considerado, ocupar un cargo de tal magnitud era una fuerte tentación para cualquier creyente.  Los rabinos de aquella época, eran personas muy respetadas en la sociedad judía. William Barclay, explica aquella plétora distinción que la comunidad judía tenía hacia los rabinos, de la siguiente manera:
Se decía que las obligaciones que se tenían con un rabino excedían a las que se tenían con un padre, porque a los padres se debe la existencia en este mundo, pero a los rabinos en el mundo venidero. Hasta se decía que si fueran apresados por el enemigo los padres y el maestro de una persona, esta tenía obligación de rescatar en primer lugar a su maestro.[1]
Siendo muy prestigiosa tal noble posición, es posible que algunos hermanos de aquel tiempo, ambicionaran fungir como maestros. Los judíos eran muy propensos a esta presunción. Posiblemente la idea de que la fe era todo cuanto hacía falta para ser cristiano, indujo a muchos a hacer la función   de  maestros (como ha pasado en todas las épocas de la iglesia). Santiago no estaba prohibiendo que los hermanos lleguen a ser maestros. Lo que intenta decir es que quienes pretenden ser maestros en la iglesia,  deben saber que serán juzgados con más severidad debido  a la responsabilidad que sobrelleva tal clase de posición.
Al estudiar esta epístola, no debemos pasar por alto  la naturaleza del carácter de tales maestros. Son grandes las probabilidades de que la advertencia que hace Santiago en el versículo uno de este capítulo, se basa en la razón de la mala conducta que estos manifestaban. Una observación a los versículos posteriores tanto del capítulo tres como de los siguientes, nos muestra que estos maestros «…tienen envidias amargas y ambiciones egoístas y encubrían la verdad con jactancias y  mentiras» (3.14 NTV);  probablemente estos maestros eran parte de los hermanos que murmuraban y juzgaban a otros (4.11; 5.9). La mala conducta de estos maestros estaba relacionada con una lengua fuera de control (la murmuración, el juzgar y la queja).
Dos reflexiones podemos extraer de Santiago 1.1-2.
1) Consideremos en alta estima la posición de maestro sabiendo que un día Dios nos juzgará con mayor severidad. En términos prácticos esto implica que no usaremos el púlpito para condenar, quejarnos, ni menos  murmurar de la congregación. La plataforma a la cual todo pastor y líder cristiano  tiene acceso, inevitablemente es un lugar  muy tentador para dar rienda suelta a nuestras cargas emocionales; y si no sabemos cuidarnos de ello tarde o temprano tendremos un traspié en nuestras resbaladizas palabras, condenando, juzgando o lastimando a la congregación. Por el contrario, cada vez que estemos frente a  la iglesia, aprovechemos la oportunidad para promover la paz con palabras amables y llenas de compasión. La razón para ello está en la advertencia de Santiago: «…los que enseñamos seremos juzgados de una manera más estricta». Un día Dios nos demandará por la clase de conducta que hemos mostrado los maestros con nuestras palabras.
2) Todas las personas seremos juzgadas por nuestras palabras. La exhortación de tener cuidado con nuestras palabras no solo es para los maestros, sino para todos los creyentes. Las palabras con las cuales usted trata a sus hijos, a sus esposa; las conversaciones de bajo calibre, los adjetivos sarcásticos con los que califica a las personas; la murmuración o las críticas mal intencionadas; todas ellas serán tomadas en cuenta por Dios.  «…Mas os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día de juicio». Mateo 12.36 (RV60).  
Sin importar que función tengamos en la vida, las palabras con las que tratamos a las personas y las que usamos en nuestras conversaciones,  hacen eco en la eternidad y daremos cuenta a Dios de ellas.


  


[1] William Barclay, Comentario al Nuevo Testamento (Barcelona, España, Editorial CLIE).

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