Amados
hermanos, no muchos deberían llegar a ser maestros en la iglesia,
Porque los que enseñamos seremos juzgados de
una manera más estricta.
Santiago 3.1 (NTV)
Una
de las frases que me impactó de la película El Gladiador, dirigida por Ridley Scott, es aquella donde Rusell
Crowe (el personaje principal, quien hace de Máximo Decimo Meridio, el
gladiador), la dice a su valiente tropa: «Lo
que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad». Bíblicamente dicha arenga
tiene amplia certeza. Tarde o temprano nos veremos cara a cara con nuestro Creador
y él pesará cada una de nuestras acciones (Romanos 14.10-12;
Apocalipsis 20.11). El juicio de aquellas acciones incluye la forma como hemos
usado nuestras palabras. Incluye nuestras conversaciones, los estigmas que hemos
hecho de las personas, nuestras promesas y juramentos; y todas aquellas manifestaciones de nuestro vocabulario,
serán juzgadas por Dios.
Santiago
procurando corregir la equivocada actitud
de ciertos hermanos que presumían de ser sabios, pero cuyas acciones eran de
condenar; les escribe en su carta diciéndoles:
Amados hermanos,
no muchos deberían llegar a ser maestros en la iglesia, porque los que enseñamos
seremos juzgados de una manera más estricta. Es cierto que todos cometemos
muchos errores. Pues, si pudiéramos dominar la lengua, seriamos perfectos, capaces
de controlarnos en todo sentido. Santiago
3.1, 2 (NTV).
En una sociedad como la del NT donde un maestro
era altamente considerado, ocupar un cargo de tal magnitud era una fuerte tentación
para cualquier creyente. Los rabinos de
aquella época, eran personas muy respetadas en la sociedad judía. William
Barclay, explica aquella plétora distinción que la comunidad judía tenía hacia
los rabinos, de la siguiente manera:
Se decía que las obligaciones que se tenían con un rabino excedían a las que se tenían con un padre, porque a los padres se debe la existencia en este mundo, pero a los rabinos en el mundo venidero. Hasta se decía que si fueran apresados por el enemigo los padres y el maestro de una persona, esta tenía obligación de rescatar en primer lugar a su maestro.[1]
Siendo muy prestigiosa tal noble
posición, es posible que algunos hermanos de aquel tiempo, ambicionaran fungir
como maestros. Los judíos eran muy propensos a esta presunción. Posiblemente
la idea de que la fe era todo cuanto hacía falta para ser cristiano, indujo a muchos
a hacer la función de maestros
(como ha pasado en todas las épocas de la iglesia). Santiago no estaba prohibiendo
que los hermanos lleguen a ser maestros. Lo que intenta decir es que quienes pretenden
ser maestros en la iglesia, deben saber
que serán juzgados con más severidad debido
a la responsabilidad que sobrelleva tal clase de posición.
Al estudiar esta epístola, no debemos
pasar por alto la naturaleza del carácter
de tales maestros. Son grandes las probabilidades de que la advertencia que hace
Santiago en el versículo uno de este capítulo, se basa en la razón de la mala
conducta que estos manifestaban. Una observación a los versículos posteriores
tanto del capítulo tres como de los siguientes, nos muestra que estos maestros «…tienen
envidias amargas y ambiciones egoístas y encubrían la verdad con jactancias y mentiras» (3.14
NTV); probablemente estos maestros eran
parte de los hermanos que murmuraban y juzgaban a otros (4.11; 5.9). La mala conducta de estos maestros estaba relacionada con
una lengua fuera de control (la murmuración, el juzgar y la queja).
Dos reflexiones podemos extraer de Santiago
1.1-2.
1)
Consideremos en alta estima la posición de maestro sabiendo que un día Dios nos
juzgará con mayor severidad. En términos prácticos esto
implica que no usaremos el púlpito para condenar, quejarnos, ni menos murmurar de la congregación. La plataforma a
la cual todo pastor y líder cristiano tiene
acceso, inevitablemente es un lugar muy
tentador para dar rienda suelta a nuestras cargas emocionales; y si no sabemos cuidarnos
de ello tarde o temprano tendremos un traspié en nuestras resbaladizas
palabras, condenando, juzgando o lastimando a la congregación. Por el contrario,
cada vez que estemos frente a la iglesia,
aprovechemos la oportunidad para promover la paz con palabras amables y llenas
de compasión. La razón para ello está en la advertencia de Santiago: «…los que enseñamos seremos juzgados de una
manera más estricta». Un día Dios nos demandará por la clase de conducta que
hemos mostrado los maestros con nuestras palabras.
2)
Todas las personas seremos juzgadas por nuestras palabras. La
exhortación de tener cuidado con nuestras palabras no solo es para los
maestros, sino para todos los creyentes. Las palabras con las cuales usted
trata a sus hijos, a sus esposa; las conversaciones de bajo calibre, los adjetivos
sarcásticos con los que califica a las personas; la murmuración o las críticas
mal intencionadas; todas ellas serán tomadas en cuenta por Dios. «…Mas os
digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día
de juicio». Mateo 12.36 (RV60).
Sin importar que función tengamos en la
vida, las palabras con las que tratamos a las personas y las que usamos en nuestras
conversaciones, hacen eco en la
eternidad y daremos cuenta a Dios de ellas.
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