Dios nos ha ofrecido su ayuda para enfrentar la
tentación. A Dios gracias que podemos enfrentar y resistir la
tentación. Él no abandona a sus hijos luego que ellos se arrepienten de sus
pecados en el momento de la conversión,
sino que ha ofrecido su leal y oportuna ayuda para los momentos en que nuestra
carne se vuelve frágil. En su fidelidad Dios nos ofrece la salida cuando la
tentación acecha nuestras almas.
No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea
humana, pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis
resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que
podáis soportar. 1Corintios 10.13.
Por cuanto el mismo padeció siendo tentado, es
poderoso para socorrer a los que son tentados. Hebreos 2.18.
Sabe el Señor librar de tentación a los
piadosos… 2Pedro 2.9
Sin embargo, durante la tentación el
creyente también tiene su propio papel. En ese sentido la tentación insta una decisión; es decir, la tentación nos proporciona
una elección entre ceder o resistir. «Bienaventurado el varón que soporta la
tentación…» Santiago 1.12.
En las manos de Satanás, la tentación llega a
ser un instrumento para provocar una
caída o un pecado. En los planes de Dios, llega
ser una oportunidad para nuestro crecimiento espiritual. La decisión que
tomemos frente a la tentación, nos lleva a pecar o a crecer. Dios permite que
en nuestra vida experimentemos ser tentados. Cuando nosotros nos rendimos a las
tentaciones que se nos presentan, Dios no tiene, en absoluto, parte en el acto
nuestro. En vez de ello, lo que ocurre es que usted y yo hemos desobedecido, y
nos hemos entregado a la tentación. Por otro lado, cuando decidimos no
ceder la tentación, entonces crecemos en
carácter y nos parecemos más a Cristo. Quizás por esa razón Martín Lutero dijo: «Mis tentaciones han sido
mi maestría en teología».
Si elegimos apropiadamente, construimos carácter. Si
elegimos mal, dañamos nuestra reputación y socavamos nuestra integridad. «El
desarrollo del carácter siempre involucra una elección, y la tentación
proporciona esa oportunidad»[1]. Cada vez que obtenemos una victoria sobre
la tentación, más nos parecemos a Jesús. Y recordemos que el deseo de Dios es
que nos parezcamos más a Cristo, quien es el postrer Adán y venció la tentación.
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