... nadie puede domar la lengua. Es maligna e
incansable, llena de veneno mortal.
A veces alaba a nuestro Señor y Padre, y otras veces
maldice a quienes Dios creó a su propia imagen. Y así, la bendición y la
maldición salen de la misma boca. Sin duda, hermanos míos, ¡eso no está bien! ¿Acaso puede brotar de un mismo manantial agua
dulce y agua amarga? ¿Acaso una higuera puede dar aceitunas o una vid, higos?
No, como tampoco puede uno sacar agua dulce de un manantial salado.
Santiago
3.8-12
Algo muy particular en la religiosidad de
los judíos eran las célebres Semonés
Esrés. Famosas dieciocho elogias o
bendiciones las cuales empezaban: «Bendito seas, oh Dios.» El judío practicante
tenía que repetir dichas elogias tres veces al día. Sin embargo, las mismas
bocas y lenguas que bendecían a Dios de manera frecuente y piadosa, maldecían a
las personas. Para Santiago eso era absolutamente antinatural, tanto como que
una misma fuente fluyera agua dulce y agua salada, o un árbol diera frutos
totalmente distintos.
Hubo un tiempo en donde hasta las
lenguas de los apóstoles cayeron en semejante error. Pedro le dio a Jesús:
«Aunque tenga que morir contigo, ¡no Te negaré!» (Mateo 26:35), y esa misma
lengua suya negaría a Jesús poco tiempo después con juramentos y maldiciones
(Mateo 26:69-75).
Sabemos muy bien por propia experiencia
que hay una quiebra en la naturaleza humana. Todos tenemos algo de ángeles y
algo de disolutos, algo de héroes y algo de villanos, algo de santos y mucho de
pecadores. Santiago está convencido de que donde se presenta esta contradicción
más evidentemente es en nuestras palabras. Esa doble moral manifiesta en nuestras
palabra puede llevarnos a tratar con cortesía a los extraños, y hasta predicar del
amor y la amabilidad, y lacerar con nuestras palabras a nuestra misma familia.
No es una novedad el usar una lengua muy
piadosa el domingo y otra soez y blasfema el lunes. Lenguas angelicales en la
iglesia, lenguaje del infierno en el hogar.
Cuando nuestra boca bendice a Dios con
palabras religiosas en la iglesia, y luego esa misma boca insulta, critica,
murmura, subestima a las personas; (como dijera Santiago) «¡eso no está bien!
¿Acaso puede brotar de un mismo
manantial agua dulce y agua amarga?».
¿Cómo le va a usted con respecto al
control de sus palabras? ¿Qué tipo de moral manifiesta sus palabras? Una doble
moral no es propio de los verdaderos hijos de Dios. Es muy probable que la
razón por la cual sus palabras lastiman, participan en conversaciones insanas o
maldicen; sea porque su corazón necesita ser tratado por el poder del Espíritu
Santo. Dígale a Dios que le ayude a tener
un corazón amable. «El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón
produce el bien; pero el que es malo, de su maldad produce el mal, porque de lo
que abunda en el corazón habla la boca.» Lucas
6:45 (NVI).
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