Y te acordarás de todo el camino por donde el SEÑOR tu Dios
te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte,
probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no sus mandamientos.
Deuteronomio 8.2
(LBA)
En la Biblia, el desierto es
equivalente a “pruebas”. También es sinónimo de disciplina, de proceso. En el
desierto fue probada la nación de Israel por cuarenta años. Jesús fue llevado
por el Espíritu Santo al desierto, y por el lapso de cuarenta días fue allí
probado.
Uno de los personajes bíblicos que
fue probado en el desierto fue Moisés. Este gran caudillo del Antiguo
Testamento aprendió en el desierto la sabiduría que no alcanzo obtener en las
grandes escuelas de Egipto. Fue en la ardiente y molesta arena del desierto
donde Dios fundió las asperezas de su carácter para luego quedar como oro
refinado y quedó a punto para ser
usado por la poderosa mano de Dios.
¿Por qué Dios nos dirige a través
de duros procesos espirituales llamado desiertos o pruebas? De la vida de Moisés podemos apoyarnos para hallar una
respuesta a esta interrogante.
En la universidad divina del
desierto al igual que Moisés, Dios tiene el propósito de humillarnos y de
probarnos. Es por medio de los desiertos soleados y ásperos de nuestra
existencia que Dios trata con nuestro interior. Él usa la prueba del desierto
para que la verdadera condición de nuestro corazón pueda quedar descubierta. La
universidad del desierto no solo nos permite conocer “quien es Dios”, sino “quienes
somos nosotros”. Como dijo Charles Swindoll:
No hay nada como el desierto para ayudarnos a descubrir
quiénes somos en realidad. Cuando usted se despoja de todos los adornos, se
quita las máscaras y se desprende de todos los disfraces falsos, comienza a ver
una identidad, una faz que no ha surgido durante años. Quizá nunca.
¡Demos
la bienvenida al desierto! Es la escuela que Dios usa para formar a sus
siervos. No nos aflijamos desconsoladamente cuando Dios nos meta al desierto de
las pruebas, tampoco pensemos que Dios nos introduce al desierto para abandonarnos
y destruirnos. ¡No! Dios nunca nos hace pasar por los altos hornos del desierto
para destruirnos. Lo hace para quemar la escoria de nuestro interior. Los
ardientes hornos del desierto solo queman la escoria, pero el oro del alma se
vuelve más puro.
Grande y bendita reflexión que Dios te bendiga varón de Dios
ResponderEliminarEs la escuela de Dios. En el decierto conocemos a Dios
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