Bienaventurado
aquel cuya transgresión ha sido perdonada y ha sido cubierto su pecado. Bienaventurado
el hombre a quien el Señor No atribuye iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay
engaño……Salmos 32.1, 2
Durante los anteriores devocionales hemos estado hablando sobre cómo ponernos
a cuenta con Dios. Hoy quiero resumir los asuntos enseñados, en tres principios.
1.
Nos engañamos a
nosotros mismos si aparentamos no haber cometido pecado. «Si
decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está
en nosotros». 1 Juan 1.8-9. Se nos hace más factible reconocer que los pecadores no arrepentidos necesitan
confesar sus pecados para acceder al perdón divino; sin embargo, es más dificultoso
que el creyente admita que
necesita también confesar sus pecados.
La confesión de nuestros pecados debe ser habitual en la vida del creyente. «…la confesión continua del pecado es una indicación
de salvación genuina. . . y caracteriza a los cristianos genuinos. . .»[1] Sin importar cuan larga o corta sea nuestra
caminata con el Señor, fortuita o deliberadamente terminamos resbalándonos en
nuestros pecados y necesitados del perdón divino una y otra vez. No hay día que no tengamos la necesidad de treparnos en la cruz lamentando
nuestra miseria espiritual.
Charles Swindoll, hace una representación de
nuestra relación con Dios y nuestro prójimo por medio de la figura de la cruz.
La cruz tiene dos vigas, la más grande representa nuestra relación con Dios, es
la viga vertical. La viga horizontal, representa nuestras relaciones con las
personas. Al referirse a la viga vertical dice
…A lo largo de nuestra vida trepamos esa viga
cargando el peso de nuestro pecado. No somos perfectos, y todavía estamos creciendo
en madurez, lo cual significa que todavía pecamos. Así que trepamos esa viga y
decimos: «Señor, yo mismo me he metido en este lío, y te lo confieso. Me equivoqué
y lo lamento, volví a fallar y traigo esto ante ti».
El Señor nunca responde: «¡Qué vergüenza!
¡Bájate y de mi vista. Haz penitencia durante las próximas tres semanas». …Él
dice: «A medida que vayas bajando lentamente, vete limpio, tranquilo y
perdonado». Así que bajamos, contentos de haber sido perdonados…solo para volver
a pecar otra vez. Entonces estamos otra vez subiendo esa viga. Por consiguiente,
la vida cristiana puede sentirse como un yoyó. Sube y baja, sube y baja. A medida
que envejecemos y aprendemos nuestras lecciones, subimos esa viga con mucho menos
frecuencia, pero nunca [nunca,
nunca, nunca…]
llegamos al punto de nunca necesitar buscar el perdón de Dios. …[Para fortuna nuestra], su perdón nunca se agota.[2]
2.
Dios ofrece continuamente perdón y limpieza de pecados a expensas de nuestra
confesión. Recuerde: «Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad». 1 Juan 1.9.
3.
La indulgencia divina provee una conciencia pacífica. Nuestra conciencia puede que sea invisible pero ciertamente no está inactiva.
¿A quién no lo mantienen despierto los ruegos, los reclamos, las acusaciones de
la conciencia? Una conciencia acusadora nos puede quitar el apetito,
robarnos el sueño y mantenernos distraídos. También nos puede hacer sentir
culpables. Nada más aliviador que reclinar nuestras cabezas sobre la
almohada de una conciencia limpia, desempolvada de telarañas de pecados y
culpas del pasado.
Una conciencia pacífica viene como resultado de haber explorado nuestros
corazones y haber confesado nuestros pecados y obtenido la indulgencia divina.
Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada y ha sido
cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien el Señor No atribuye
iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño……Salmos 32.1, 2
[1]
John MacArthur, Biblia de estudio
MacArthur (Nashville, Tennessee: Grupo Nelson, 2012), 1819.
[2]
Charles Swindoll, Abraham, la increíble jornada de fe de un nómada (Carol Stream,
Illinois: Tyndale House Publisher, Inc., 2015), 202.
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