jueves, 13 de septiembre de 2018

SALMOS 23: SU CUIDADO PROVEE LEAL COMPAÑERISMO



Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Salmos 23.4

A principios de cada año en la antigua Palestina, las ovejas eran pasteadas en las partes bajas de las montañas. Sin embargo,  llegado el tiempo del ardiente  calor, la nieve de las montañas altas comenzaba a derretirse y los pastores dirigían sus ovejas hacia los lugares altos. Aquella  travesía  inevitablemente incluía  quebradas rodeadas de peñascos precipitosos y densos bosques que  bloqueaban la luz del sol. Tales circunstancias propiciaban  un ambiente lúgubre que posiblemente  infundía miedo a cualquier  caminante. Esta clase de lugar en muchas ocasiones servía de guarida para los lobos hambrientos y serpientes venenosas. Ante tal macabro escenario, la seguridad de las ovejas solo dependía del cuidado fiel del pastor.
 El verso cuatro del salmo 23 nos revela a un Dios, que aunque está en el cielo también está en el vecindario y participa del dolor de sus hijos.  David usó la metáfora del pastor para comunicarnos que Dios no abandona a sus hijos cuando ellos experimentan tiempos de dolor. No los deja que atraviesen solos el valle tenebroso de las crisis, sino que los acompaña. Hubo una época en la vida de David en que las circunstancias fueron muy angustiosas y dolorosas. Durante diez años vivió huyendo y refugiándose en las cuevas del desierto palestino. Sumergido en alguna oscura cueva y en medio de noches aciagas entre el viento frio y las fieras salvajes del desierto, David experimentó la compañía leal de Dios en medio del valle oscuro de la soledad. Nadie estaba con él.  Ningún amigo, ningún familiar, ninguno de los que aclamaron su nombre cuando venció al gigante; nadie acompañó a David en esa época sombría de su vida, nadie excepto Dios. David sabe cómo usted que es sentir la soledad en los valles oscuros de la vida, usted ha sentido la soledad como David.
 Una de las más dolorosas de las soledades es aquella que se da al estar rodeado de personas que nunca se interesan por uno.
La soledad no proviene de estar solo; proviene de sentirse solo… Sentir como si usted estuviera enfrentando la muerte solo, enfrentando la enfermedad solo, enfrentando el futuro solo…. Sea que ocurra en su cama durante la noche o mientras se dirige al hospital, en el silencio de una casa vacía o en medio de un bar muy concurrido, la soledad se presenta cuando uno piensa: Me siento tan solo [¿A alguien le importa mi vida?][1]
¡Qué terrible es la vida cuando se torna dolorosa! Y mucho más terrible y dolorosa, cuando la gente ignora nuestro dolor. Pero no tiene por qué ser así, no si  tenemos la promesa de Aquel que aunque está en el cielo, está también entre nosotros y nos ofrece participar de nuestro dolor. Tarde o temprano subiremos una ambulancia, pero no solos, él Señor  subirá también con nosotros. Él estará con nosotros cuando atravesemos cualquier valle tenebroso de la vida.  Y mientras dure la travesía, por favor, recordemos y pronunciemos  las palabras de David: «Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento».






[1] Max Lucado, Aligere su equipaje (Nashville, TN-Miami: Grupo Nelson, 2001), 127,128.

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