lunes, 17 de septiembre de 2018

COMO PONERTE A CUENTA CON DIOS: NO OCULTE SU PECADO


Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueran como la grana  como la nieve serán emblanquecidos; si fueran rojos como el carmesí, vendrán a ser como la blanca lana. Isaías 1.18.

La Biblia registra la historia de un hombre llamado David. Tenía una ocupación social muy importante en la nación donde él vivía, era el rey. Era dueño de las tierras más ricas del reino pero también era dueño de una ávida lujuria. Dios lo llamó para ser su ungido y fue denominado un hombre conforme al corazón de Dios. Sin embargo, este hombre  cometió una serie de decisiones fuera de lugar.  
No va a la guerra con sus soldados y se queda en el palacio. Usa su tiempo para pasear sobre la terraza del palacio y contemplar a una bella plebeya de nombre Betsabé. Pero no solo la contempla, sino que también la desea. Y no solo la desea, sino que también envía a sus sirvientes por ella. Betsabé es escoltada hasta la misma recamara real, donde yace esperando ansioso el lujurioso monarca hebreo. Entre copas de champagne y el sonido de una suave melodía, el rey da rienda suelta a sus pasiones sensuales. Semanas después, Betsabé comunica a David que ha quedado embarazada. Con una conciencia nublada por el pecado, David actúa inmediatamente tomando decisiones aún más desatinadas. Intenta engañar al esposo de Betsabé y al no conseguirlo lo envía al campo de batalla para ser muerto. Él bebé nace, y el rey no da muestra de arrepentimiento. Al contrario, pretendió ocultar su pecado y al hacerlo lo único que consiguió fue traer angustia a su alma. Tiempo después escribió un salmo donde describió la naturaleza de tal angustia:
Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano. Salmos 32. 3-4. 
Lo único que ocasionó David en su vida al ocultar su pecado fue traer angustia a su alma. Durante el tiempo que encubrió su falta sintió la pesada mano de Dios sobre su vida. Era una opresión horrible, una tortura de conciencia. Día y noche la culpa succionaba la alegría de su vida. Sus noches eran de insomnio. Podía ver su pecado escrito en cada pared de su palacio. El temporal y superficial placer del pecado dio lugar al punzante dolor que causa todo pecado. La imagen atractiva de la bella Betsabé se desvaneció a consecuencia de la magnitud del pecado que había cometido el monarca hebreo. Cada vez que David miraba a Betsabé, miraba su propia debilidad, su propio pecado.  No había día que no viera en el rostro de Betsabé, el rostro del esposo traicionado y asesinado. Especialmente, no podría mirarla sin sentir la mirada de Dios sobre sí mismo.   
Encubrir nuestras faltas no soluciona nada. Cuando David ocultó su mala conducta dio lugar al sufrimiento de su alma. Ocurrirá lo mismo en nosotros si optamos por esconderlos en lugar de confesarlos. La falta encubierta en vez de producir tranquilidad, provocará angustia en nuestro interior. La clandestinidad  de nuestros  pecados succionará la alegría de nuestros  días y drenarán el vigor de nuestro corazón.


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