viernes, 7 de septiembre de 2018

LLAMADOS A SER INFLUYENTES



Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere (se vuelve insípida), ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada (pisoteada) por los hombres. Mateo 5.13 (RV60).

La sal en los tiempos de Jesús era muy valorada por razón de su pureza. La sal era la más antigua de todas las ofrendas que se hacían a los dioses, y hasta sus últimos tiempos los sacrificios judíos se ofrecían con sal. Cuando Jesús dijo a sus discípulos que  eran la sal de la tierra, estaba señalando el carácter y la condición espiritual de sus vidas como ciudadanos del reino. Dicha condición espiritual los capacitaba para vivir una vida piadosa de tal manera que influyeran en el entorno donde vivían.
 Una de las características del mundo en que vivimos es que ha reducido los estándares de la ética y la moral. Los niveles de integridad y honradez  han descendido tan bajo que no sabemos en quien confiar. Los valores por la familia y el aprecio por la responsabilidad han menguado. Las palabras indecentes y obscenas dominan las conversaciones de las personas. El libertinaje sexual es parte de la filosofía que promueve el mundo. Sin embargo, mientras más corrompido se torna el mundo, más pura es llamada la iglesia a mantenerse.  Ser la «sal de la tierra»  implica que usted como cristiano no puede salirse de los niveles altos de la integridad. Significa que no puede permitir los gestos y términos sugestivos y soeces que son a menudo parte de la conversación social. Significa que si desarrollamos una actitud de pureza, en medio de una séptica sociedad; estamos en mejores condiciones para  al  marcar la diferencia e influir  en este mundo.
Una actitud que debilita la identidad de la iglesia y por lo consiguiente su papel de influencia en la sociedad, es su ambigüedad espiritual.  Esopo, cuenta en una de sus fábulas que hace muchos años hubo una guerra entre los mamíferos y las aves. El murciélago era tan cobarde que cuando estaba con los mamíferos escondía sus alas y se hacía pasar por ratón. Y cuando estaba con las aves, desplegaba sus alas y se hacía pasar por pájaro. Hasta que un día lo descubrieron ambos bandos y desde ese día, el murciélago se vio obligado a salir solo de noche, ya que nunca más tuvo lugar ni con las aves ni con los mamíferos.
La ambigüedad espiritual nos lleva a vivir una vida doble. Nos conduce a intentar quedar bien con Dios y al mismo tiempo quedar bien con los estándares del mundo. El resultado de  esta anfibología espiritual no solo palidece nuestra identidad, sino que además disminuye  la capacidad de la iglesia de afectar la sociedad.
Permítame darle una pauta para hacer de esta reflexión algo práctico: Manifieste su amor por Cristo, declare abiertamente que usted es un hijo(a) de Dios. Hágalo en su medio de su familia, con sus colegas, en el vecindario, en la escuela. Hable fervientemente de su fe, sin temor, sin reservas. Declare que usted pertenece a las filas del glorioso y maravilloso pueblo de Dios. Pero sobretodo, asuma el compromiso de vivir una vida absolutamente pura en medio de una sociedad que cada vez corrompe más sus estándares morales.


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