Vosotros
sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere (se vuelve insípida),
¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y
hollada (pisoteada) por los hombres. Mateo
5.13 (RV60).
La sal en los tiempos de Jesús era muy
valorada por razón de su pureza. La sal era la más antigua de todas las
ofrendas que se hacían a los dioses, y hasta sus últimos tiempos los
sacrificios judíos se ofrecían con sal. Cuando
Jesús dijo a sus discípulos que eran la
sal de la tierra, estaba señalando el carácter y la condición espiritual de sus
vidas como ciudadanos del reino. Dicha condición espiritual los capacitaba para
vivir una vida piadosa de tal manera que influyeran en el entorno donde vivían.
Una
de las características del mundo en que vivimos es que ha reducido los
estándares de la ética y la moral. Los niveles de integridad y honradez han descendido tan bajo que no sabemos en
quien confiar. Los valores por la familia y el aprecio por la responsabilidad
han menguado. Las palabras indecentes y obscenas dominan las conversaciones de
las personas. El libertinaje sexual es parte de la filosofía que promueve el
mundo. Sin embargo, mientras más corrompido se torna el mundo, más pura es
llamada la iglesia a mantenerse. Ser la «sal de la tierra» implica que usted como cristiano no puede salirse de los niveles altos de la
integridad. Significa que no puede permitir los gestos y términos sugestivos y
soeces que son a menudo parte de la conversación social. Significa que si desarrollamos
una actitud de pureza, en medio de una séptica sociedad; estamos en mejores
condiciones para al marcar la diferencia e influir en este mundo.
Una actitud que debilita la identidad de
la iglesia y por lo consiguiente su papel de influencia en la sociedad, es su ambigüedad
espiritual. Esopo, cuenta en una de sus
fábulas que hace muchos años hubo una guerra entre los mamíferos y las aves. El
murciélago era tan cobarde que cuando estaba con los mamíferos escondía sus
alas y se hacía pasar por ratón. Y cuando estaba con las aves, desplegaba sus
alas y se hacía pasar por pájaro. Hasta que un día lo descubrieron ambos bandos
y desde ese día, el murciélago se vio obligado a salir solo de noche, ya que
nunca más tuvo lugar ni con las aves ni con los mamíferos.
La ambigüedad espiritual nos lleva a
vivir una vida doble. Nos conduce a intentar quedar bien con Dios y al mismo tiempo
quedar bien con los estándares del mundo. El resultado de esta anfibología espiritual no solo palidece nuestra
identidad, sino que además disminuye la capacidad
de la iglesia de afectar la sociedad.
Permítame darle una pauta para hacer de esta
reflexión algo práctico: Manifieste su amor por Cristo, declare abiertamente que
usted es un hijo(a) de Dios. Hágalo en su medio de su familia, con sus colegas,
en el vecindario, en la escuela. Hable fervientemente de su fe, sin temor, sin
reservas. Declare que usted pertenece a las filas del glorioso y maravilloso
pueblo de Dios. Pero sobretodo, asuma el compromiso de vivir una vida absolutamente
pura en medio de una sociedad que cada vez corrompe más sus estándares morales.
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